Vida laboral.
Me nominó (o algo así)
http://www.lacoctelera.com/melyssa/post/2008/01/13/trabajao-pretaorito-imperfecto-indicativo#c2811957
Melissa para que hiciese un post/resumen de mi trayectoria laboral. Empresas y ocupaciones que he tenido…
Bueno. No es fácil. No porque las empresas hayan sido muchas (soy trabajadora de larga duración. En parte por mi natural masoquismo) ni porque hayan sido en muchos sectores (dos, lo que pasa es que uno es muchas más cosas de lo que se cree…No, yo hacía muchas más cosas y de más tipos de los que se presupone en el sector). El problema está en lo de «resumir».
¿Resumir… yo?
Como eso es realmente imposible (aparte que a mí me da cualquier mínima anécdota para un par de post), me remitiré a «mis inicios «.
Realmente, a lo primero que me dediqué fue a dar clases particulares. De literatura, claro. Yo tenía 16 años, los alumnos no, claro. Eran mayores que yo… claro. Trabajaba para sacarme unas pelillas, para mis gastos: maquillaje, medias, material de escritorio (por entonces escribía mucho). En casa nunca nos dieron eso que se llama «paga». Teníamos comida, cama y ropa (sin excesos: quita y pon funcional). Gracias a ello, trabajo desde siempre… y no adquirí hábitos como el fumar, el beber ó el salir de fiesta finde sí, finde también…
Me estoy yendo del tema. No, no es de esos inicios de lo que me apetece escribir.
En mi casa, llegar a los 18 sin un trabajo era tan impensable como cobrar el subsididio delparo (de hecho, por eso yo acumulé los dos años… y si los he disfrutado es porque vivo sola, sino, de qué). «Mantener vagos» es algo totalmente inimaginable. Claro que trabajar «oficialmente» antes de esa edad tampoco era fácil. Y menos siendo chica, como es mi caso…
Cumplo los años el 31 de diciembre. Bien. Dejé pasar esos días… y el día 7 de enero empecé a trabajar.
De empleada de hogar. Interna.
Hale. Dicho queda.
En aquella época (no hablo de la prehistoria: finales de los 80′), la ingente cantidad de zaras-mangos-sprinfields-bodybells-tiendas de telefonía móvil que dan ese primer empleo a gran parte de los «ante-veinteañeros» no existía. Y menos en la zona donde yo vivía, que por no tener, no tenía ni centro comercial cercano. Tampoco había ETT’s. Si acaso, agencias de contratación… en Madrid capital, donde principalmente buscaban trabajo en el servicio doméstico. Lo de «cuidar niños» podía estar bien… pero no era lo que en mi casa se consideraba «trabajar»: ningún empleo circunstancial lo era. Mi madre trabajó «interna» entre los 13 y los 21… Vamos, que era un trabajo como cualquier otro y, casi, normal…
(Igual no tanto con mi expediente académico, vale. Pero es que en mi caso y mi casa bajar del sobresaliente se consideraba suspender. Y seguir estudiando pasados los 18… algo que era válido siempre y cuando uno mismo se pagase los estudios. De todas formas, no es el tema).
No recuerdo cuándo hice la entrevista. Sí que localicé el empleo a través del «Segundamano» (método habitual para encontrar cosas en esas fechas: trabajo, vivienda, mascota, coche…). Supongo que fue en los últimos días de año, primeros del otro. En navidad, en cualquier caso.
La casa estaba en la zona oeste. En un municipio de la zona oeste, lleno de unifamiliares y de viviendas en urbanizaciones donde los edificios no pasaban de las tres, cuatro alturas. En este caso, era un piso en una segunda planta (creo recordar). La «señora» rondaría los cuarenta y algún año. Necesitaba una chica joven con ganas de trabajar. ¿Trabajo? Limpieza general de la casa, cocina sencilla, plancha, quizá ir a recoger al niño al colegio ó bajar con él al parque un rato en el buen tiempo. Igual hacer la compra algún día en el «Pryca», aunque eso ya lo hacían una vez por semana y se la servían a domicilio. Por descontado, lavadoras diariamente.
Bien. En mi vida había cocinado… pero pensé que para dar de comer, y no todos los días (los padres comían en el trabajo, los niños se me dió a entender que en el colegio) no había que tener ningún título. Lo demás… preguntar e investigar cómo se hacían las cosas. Lo que ha sido una constante en mi vida, en definitiva.
Libraría los sábados tarde y domingos. Si quería, podría quedarme a dormir allí. Posiblemente, se cambiaría la tarde del sábado por la del miércoles ó el jueves, pero eso ya se estudiaría.
¿Sueldo? Recuerdo que poco más de veinticinco mil pesetas mensuales. Claro que como ya me daban alojamiento y comida, no tenía gastos. ¿Seguros? Ninguno. Lo normal, en estos casos…
Me pareció todo bien. A decir verdad, mi plan era ahorrar todo un año. Pasado éste, mirar otro trabajo (quizá media jornada, ó por horas) y seguir estudiando. Por supuesto, viviendo por mi cuenta.
En mi casa no vieron nada raro ni malo. Es más, creo que hasta ese momento nadie se había planteado que igual había otros trabajos que una chica joven podría desempeñar. Ó se trabajaba de asistenta por horas (y eso conllevaba gastos: transporte, comida, alojamiento) ó de interna.
Bien.
No sé cómo lo hicieron… pero estoy segura que en ningún momento me dijeron que tenían cinco hijos. Ni que la abuela vivía (si no a diario, si por temporadas) con ellos. Ni que «plancha» era que el dueño de la casa trabajaba en un banco… con traje diario a repasar y camisa limpia cada día, claro.
Ni que en esa casa hacía muchos años que nadie limpiaba a conciencia. Encontré mugre (pero mugre) acumulada en cabeceros de la cama, puertas, armarios, baños (había tres, y el mío). Encima, yo venía de vivir en un ambiente donde una cosa ó estaba limpia… ó se frotaba hasta que estuviera limpia. Vamos, hija de una maniática de la limpieza…
Dos lavadoras, mínimo, diarias. Lavavajillas (nunca había puesto uno) que tardaba más de dos horas en lavar los platos. Recuerdo haber hecho puré de sobre, frito filetes, croquetas,troceado y aliñado ensaladas. Preparado desayunos para cinco críos (los dos mayores, mayores que yo seguro. Creo recordar que otro de mi edad, igual un año menos, una chica muy simpática de quince años y un niño de cinco, muy tímido). Con quien más trato tuve fue con la quinceañera, Patricia, a la que hasta hice trenzas de raiz y todo (supongo que porque vió que yo la llevaba, en esa época era un recurso cómodo para acomodar mis rizos).
Me levantaba antes de las siete. No sé a qué hora me acostaba.
Recuerdo esos días cubiertos de niebla. No sólo porque seguro que la había… sino porque me atacó un tremendo dolor de muelas. Sin aspirinas ni otro analgésico (ni se me ocurrió pedirlo, curiosamente). Se me pasaba a ratos, como siempre. El resto del tiempo… no había resto de tiempo: todo era limpiar mugre de años, recoger cosas que los cinco salvajes dejaban tirado por la casa, tender ropa, planchar ropa… No recuerdo apenas el salón de la casa. Sí una especie de terraza pequeña, cerrada, que tuve que vacíar de arena… porque es donde tuvieron «plantado» el abeto navideño de plástico.
Mi «zona » estaba dentro de la cocina. Un dormitorio sencillo, un aseo con ducha. La habitación de servicio de toda la vida, vamos.
Creo que algún día me quedé dormida vestida. Bueno, no «lo creo»: estoy segura. El viernes: los dueños se habían ido al teatro. Los niños supongo que estaban con la abuela, imagino que los mayores por ahí. Yo estaba agotada y supongo que tenía fiebre.
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La banda sonora de esos días es la música de la película «Lily» (la grabaron y la repitieron al menos tres veces )y los gritos del loro. Porque, encima, tenían un loro. Enorme, en una jaula gigantesca. Que, claro, dormía en el office de la cocina. A mi lado, para situarnos. Que había que tapar por las noches… pero aún así gritaba.
No recuerdo la luz del día de esa semana.
Sí recuerdo bajar la basura al garaje. Un sitio tétrico. Luego supe que en ese mismo edificio vivía un conocidísimo ministro… de ahí los señores con traje que daban vueltas y parecían no ir a ningún lado: escoltas.
¿Cosas positivas? Bueno… la verdad es que probé/descubrí algunas que no conocía… y que se convirtieron en una constante a partir de entonces…
El contenido del frigorífico era tan caótico como casi todo en la vivienda. Por lo que nadie controlaba lo que había ni lo que se gastaba. Así que probé:
-La mermelada de naranja. Amarga. (Bueno, creo que ésa ya la había probado de niña… pero a los niños no les gustan los sabores amargos). Desde esa época, raro es que no la tenga en mi casa.
-El sucedaneo de caviar. No sé, nunca se me habría ocurrido comprarlo, sino… Me supo a anchoa. Me pregunté dónde estaba la importancia de aquello. Pero me gustó. Ahora se nos «pasan de fecha» los tarritos en casa…
-Los sorbetes. No podría contar la historia completa… pero al parecer tenían una sorbetera. Y prepararon una ingente cantidad de sorbete de naranja. Con lo que había en el frigorífico podríamos haberdadopostre a media urbanización… No sé si a consecuencia de aquello… pero en verano consumo grandes cantidades de sorbete de limón. Eso sí, no me he comprado la sorbetera (ni tengo lavavajillas).
¿Otras cosas? Tenían bombones por todas partes. De esos pequeñitos de Nestlé que imitan tabletas de chocolate en miniatura. Debieron regalarlos a los niños… y me pasé media semana recogiendo bombones de los sitios más raros. Al final, terminé por perder los escrúpulos y supongo que los probé todos…
Otro descubrimiento que me creó adicción es la crema de manos «Natural Honey» de Revlon. Que la tenían en los tres baños (y mi aseo). Desde ese día, la he empleado para tantas cosas… que podría asesorar a la marca en qué otros usos puede tener.
Seguro que hubo más cosas…
El sábado a mediodía me despedí de ellos hasta el lunes. Me llevé la ropa (quita y pon: recuerdo un vestido de punto, una camisa verde del mismo material, ambos de mi madre, de los años 70’… me gustaba esa ropa «vintage» y me sentaba muy bien). Eché en mi bolsa otra cosa que tenían por todas partes: una concha de viera.
Por supuesto, había decidido no volver.
Eso sí, la casa se la dejé limpia. Algunos muebles, como seguro eran cuando los compraron.
No recuerdo tampoco qué me dijeron en la mía. Mi razonamiento es que nadie me dijo que tenían cinco niños…, abuela y loro. En principio, casi decidí no ir ni a que me pagase lo que me correspondiera por esa semana de trabajo. Luego, sí, lo pensé mejor: para eso había pasado esos días limpiando, ordenando lo inordenable, soportando los gritos del loro, la mala educación de cuatro niños insufribles(salvo a la tal Patricia), la insinuación de que debería esforzarme más al planchar las camisas (la plancha no cumplía los 10 años. Todos los electrodomésticos eran muy antiguos).
Llamé. No sé qué excusa puse. Cogí el tren, un autobús. Me dió un cheque que fui a cobrar al banco donde trabajaba el dueño de la casa (es una entidad de esas que en breve fueron absorvidas por otras). No he vuelto por ese municipio.
Como el mundo es muy pequeño, años después deduje que en esa misma zona vivía el director de mi banco, una de las mejores personas que he conocido en esta vida. No le comenté nada: creo que no le hubiese encajado el papel de «empleada de hogar interna» conmigo. Aunque, seguro, me habría creido capaz. Él sí me habría creido capaz de casi cualquier cosa.
Por entonces, ocho, diez años después, mi nivel de vida y mi sueldo era, seguro, superior al que tenían en aquellos días esa familia que, luego me he ido dando cuenta, pretendía vivir muy por encima de sus posibilidades.
Años después, en los títulos de crédito de no recuerdo qué programa y de qué cadena, localicé a una tal «Patricia… tal» (el apellido es muy poco común). Supongo que era la hija adolescente simpática.
Días después de dejar aquel trabajo, y ya sin dolor de muelas (se fue como vino) empezaba a trabajar en una conocida aseguradora.
Pero eso es otra historia.