29 de julio.

29 de julio.

Claro que me he acordado, todo el día, de qué fecha era hoy.
S
in necesidad de pensar en ello. Sin recrearme. Pero sabiendo en qué fecha estaba viviendo.
Y me acordé hace días, sin mirar la agenda ni el calendario.
Acordándome sin tenerme que esforzar por recordar.

No lo olvido. Pero ya no duele.
Es 29 de julio. Ya no me duele.

De domingo a lunes. Otra vez.

Domingo noche. Lunes dentro de un rato.

Y en menos de siete horas, otra vez en pie. A empezar otra semana que, sé, a ratos se me hará eterna…y cuando mire hacia atrás desde el domingo, veré que se me ha vuelto a pasar en un soplo.

Sigo permanentemente cansada. Me quedo dormida en el sofá ante la tele encendida (que muchos días se apaga sola y otros no. Y no entiendo el criterio…ni me voy a molestar en investigarlo. Total, en más de dos años juntas aún no me he molestado en grabar en orden los canales…) por agotamiento. Y me levanto tan cansada como me acosté. Incluidos los sábados y los domingos.

No encuentro motivación alguna en lo que hago. Bueno, sí, en que me pagan puntualmente por ello a final de mes, y que ese dinero me sirve para pagar alquiler, suministros, ropa, algún capricho… Pero no me motiva para nada. Como no encuentro motivaciones para ahorrar (aun así, intento hacerlo: conozco ‘las vacas flacas’, sé lo que es tener que sobrevivir gracias al ahorro personal).

Deseo que pasen las próximas tres semanas para empezar mis vacaciones, simplemente para intentar descansar. No voy a salir a ningún sitio, no voy siquiera a ir a la piscina. Son vacaciones para, simple y llanamente, no ir a trabajar. Sin más.

Como decía: me falta motivación. Me faltan ilusiones.

Desde ayer, además, ya no me cabe la menor duda en que le da exactamente igual saber de mí o no. Le da igual que llame o que no lo haga.
La verdad es que tampoco grandes dudas al respecto, pero supongo que me faltaba escuchárselo decir. No fue con esas palabras, pero sí que él no me va a llamar. No siente la menor necesidad de hablar conmigo.

Sé que tras algo tan claro debería dejar de llamarle.
Sé que no voy a hacerlo.

Es complicado que encuentre la más mínima ilusión, el menor estimulo, ante la idea de empezar otra semana dentro de unas horas…, muy complicado, cuando lo que me apetece me es inalcanzable. Cuando cada vez me siento más culpable por querer algunas cosas, por hacer algunas cosas.
Por saber lo que tengo que hacer y no ser capaz de hacerlo. O de dejar de hacerlo, llamando a las cosas por su nombre. Dejándonos de eufemismos tontos de una vez.

 

 

 

 

Veintidós de julio.

Hay fechas que son aniversarios.

En ocasiones, las tengo muy presentes. Otras, simplemente sé que algo me está rondando la cabeza…lo relaciono de pronto al ver la fecha y también de pronto ‘caigo’ en qué es.
Algunas me importan más que otras.
En algunas, me doy cuenta de cuanto me importaron durante años…y lo poco que me importan ahora.

Hay fechas que son cumpleaños, por ejemplo. Me suelo acordar de todos los cumpleaños. Algunos conllevan contactar con la persona que los cumple para felicitarla. Otros no. Porque ya no tengo relación con ella o porque sé que no entendería mi llamada… O, más bien, porque no quiero que sepa que me sigo acordando.

Hay fechas que me recuerdan rupturas. Reconciliaciones. Descubrimientos. Que fueron el día en que conocí a alguien que fue una parte importante de mi vida, aunque en ese momento ni lo intuyésemos. O que fueron la última vez que nos veíamos…aunque tampoco en ese momento fuese posible sospecharlo.

Hoy ha sido veintidós de julio. De hecho, sigue siéndolo.
Y hoy es, ha sido, uno de esos aniversarios. Veintiún años ya.
Y miro hacia ese día. Y vuelvo a mi presente.
Y hay botones de nácar, pero son otros. Aunque igual aquel siga en mi monedero, no lo sé.

Y creo que ya ese día, que veo tan lejano y tan presente a la vez, ya ha dejado de importarme. Y quizá, para siempre.

Crónica de un jueves (más).

La verdad es que mirar el reloj y que sean las cinco y cuarto de la tarde, y estar ya en casa, incluso tras haber pasado por el supermercado alemán de turno para comprar las tarrinas de frutos rojos de la semana…es un auténtico lujo.
Y todo esto teniendo en cuenta de que tardo casi dos horas en hacer el recorrido del trabajo a casa. Y que el transporte público madrileño en julio no tiene la mejor frecuencia de paso esperable.

Pero ésa es la hora que me ha indicado el reloj del microondas, que es el primero que veo al entrar.

El horario de verano no es ningún tipo de regalo que nos haga la empresa en que trabajo. Es, simplemente, la consecuencia de entrar a las nueve y salir a las seis de lunes a jueves, de septiembre a mediados de julio. De no tener más descanso que media hora al mediodía y diez minutos por la mañana. Y que tener que cogerse quince días, de los veinticuatro laborales anuales que tenemos, en el periodo de jornada reducida (esto es, de mediados de julio a finales de agosto). Cuadrando todo esto, nos sale la ‘jornada reducida de verano’.
Además, todos los viernes del año salimos a las cuatro de la tarde. O sea, que en vez de nueve horas, trabajamos siete (con sólo veinte minutos de descanso).
Y cuando llegan estas fechas es cuando se nos olvida lo largos y pesados que se nos hacen algunos días el resto del año. Sobre todo horas como las de mediodía, o la célebre última hora de los viernes (que se nos hace eterna).

Por lo demás, hoy y a estas horas está ligeramente nublado (el calor del resto del día ha sido todo lo sofocante que corresponde a un mes de julio madrileño). Tenemos a casi toda la plantilla de vacaciones (y mañana se irán otros dos compañeros y mi responsable directa…‘heredando’ yo parte de sus obligaciones). No deja de tener casi gracia que, siendo una de las últimas incorporaciones a la empresa (de esto hace ya más de dos años) sea yo quien se tenga que ‘hacer responsable’ de todo lo importante y urgente. Por descontado, ni retribuido ni apenas agradecido…

Los compañeros nuevos, no falla, deducen que llevo en la empresa más años que nadie. Alguna vez he tenido que mostrar la antigüedad real en mi nómina…
La verdad es que estoy acostumbrada: es tónica general en mi vida laboral.

Y…poca cosa más.

En tardes como hoy, me gustaría ser capaz de echarme la sienta y dormir…
Pero sé que ni soy capaz de dormir de día…ni me sentaría bien. Así que no pienso intentarlo.

Mañana ya es viernes. Penúltimo viernes del mes.
Quedan menos días para mis vacaciones. Aunque…, qué más me da, en el fondo. Qué más da, cuando no tengo planes para pasarlas.

«Hasta que descubro que estoy hablando sola…»

Cuando se vive dentro de un inicio de conflicto emocional, hay que evitar algunas músicas, algunas canciones…
Esta es la teoría, y la conozco. Otro tema es aplicarlo en la práctica.
Error que, como en otros muchos temas, sigo cometiendo.

Que para otras cosas y otras dudas el océano de las vacaciones (respectivas y en fechas colindantes) es la mejor solución, también lo conozco tanto en teoría como por propia experiencia. Y tengo una confianza ciega en su efectividad. Hoy ya tengo la certeza teórica, en mes y medio comprobaré los resultados prácticos.

Este remedio sólo funciona cuando algo está muy, pero que muy en sus inicios. En esos inicios desdibujados en que empiezan las cosas, ésos que son como un trazo y que se pueden borrar con un poco de lluvia, con unas migas de pan o simplemente soplando, depende sólo del material del inicio de ese dibujo. Es como arrancar algo que vemos brotar del suelo: si apenas está germinando, con un tirón o dejando de regar, el problema desaparece. Pero, si la semilla ya ha enraizado…, también podremos arrancar la planta, pero será más difícil e incluso podemos no lograrlo.

Por suerte, creo que algunas cosas apenas son esbozos. O ni siquiera eso. Efecto del calor, un espejismo tonto que nos muestra un falso oasis en el desierto de estas semanas, de estos meses complicados.
Nada que el verano y sus consiguientes vacaciones no puedan eliminar.

Vanesa Martín es maravillosa. Pero escuchar alguna de sus canciones con los auriculares que aíslan de la realidad del metro en hora punta, y entender que esa letra habla de una…, no es el mejor remedio para nada.

Aunque yo tampoco buscaba un remedio esta mañana. No buscaba nada. O, si acaso, ese aislamiento sonoro del desagradable entorno cotidiano.
He terminado llorando, porque esa letra hablaba de lo que sé que no tengo ni tendré.

 

(…)»Te sentí tan dentro que a veces presiento que estás a mi lado,
me gusta contarte lo que me ha pasado. Hasta que descubro que estoy hablando sola
(….)»

 

Las vacaciones ajenas, y luego las propias, aniquilarán lo que aún realmente no existe. Ya han empezado a hacerlo, como era esperable.
Para mis otros conflictos, los reales, mañana no me pondré los auriculares. O elegiré otras músicas.

Es complicado inventarse un ataque de alergia en esta época del año, buscando justificar y disimular las lágrimas en público.

Y que pasen los días.

Es muy complicado.
Muy complicado empeñarse en creer que aún queda algo, que un día ocurrirá un milagro y, si las circunstancias de pronto cambian, estará contigo porque en el fondo es lo que quiere.
Sé que no es así. Ni me quiere, ni me ha querido nunca (al menos no como yo a él. Bueno, para qué seguir buscando justificaciones: nunca me ha querido de ninguna forma). Ni por lo más remoto pasó en ningún momento por su imaginación la posibilidad de mantener conmigo algún tipo de relación más o menos estable.

Desde hace mucho, si mantenemos el contacto es porque yo me empeño en mantenerlo. A veces, si miro muy, pero que muy hacia atrás… veo que en realidad fue así desde el principio. Él nunca tuvo demasiado interés en mantener relación alguna conmigo, una vez finalizada la ‘obligación laboral’ de verme. Fui yo quien se empeñó y…,  en fin. Sí hubo un tiempo intermedio de llamadas mutuas, de mensajes recíprocos, de propuestas de ésas que incluso pueden hacer creer en otras intenciones.
Pero en realidad nunca hubo interés por su parte, más allá de la simple curiosidad.

Hace unos meses decidí que ya estaba, que se terminó. Y… Y el problema, mi problema, es que le quiero. Que no puedo estar sin saber cómo está. Y por eso insisto. E insisto. Y le llamo. Y le mando mensajes de buenas noches. Y me resisto a creerme del todo lo que sé que es cierto, lo que es más que una evidencia: si yo no le llamase, si no le escribiera, hace mucho que no sabría nada de él.
Porque él no tiene el menor interés en mí.
Es así de simple.
Y yo no quiero estar con otro. No quiero estar con nadie más. No quiero a nadie que no sea él.
Que no me quiere.

(A veces se me cruzan otras personas…
Ser invisible ayuda, y mucho. Pero a veces… A veces me ven, supongo.
No sé. No quiero ver fantasmas. No quiero imaginarme lo que seguro que no está pasando.
O, quizá, no quiero reconocer algunas evidencias.
Siempre he sido la última en darse cuenta de cosas que me estaban pasando, que estaban pasando a mi alrededor o junto a mí. Por eso cuando me daba cuenta ya no era posible más que seguir…o salir huyendo sin mirar atrás.
Estoy cansada de huir. Y no me apetece meterme en una historia…que sé que no sería más que otra vez unos días de curiosidad.
Y yo ya no tengo nada que dar.
Las vacaciones son buenas, muy buenas, para poner distancia. Y en unos días, cuatro, será el comienzo de mes y medio de distancia…que me vendrá muy bien).

Sé que sólo necesito pasar otra noche con él y, si me quedase la menor duda, se despejaría.
Porque hace mucho que dejé de pretender que la razón por la que estaba durmiendo a mi lado fuese la misma por la que yo estaba al suyo. Que siempre fue que me gusta mucho y que le quiero.
Hace mucho que dejé hasta de desear que un día fuera recíproco.
Hace tiempo que simplemente me conformo con saber que en ese momento único está al alcance de mis dedos por unas horas.

No existe en mi vida cotidiana. No puedo nombrarle. No es ‘mi’ nada. Por eso no puedo decir algo tan sencillo como ‘estoy con alguien’, porque ese alguien no está conmigo.
Aunque yo esté con él. Aunque no quiera otra cosa, ni quiera estar con nadie más. Ni quiero que nadie pueda hacerse la menor ilusión con respecto a…, a nada, conmigo.

Pero quiero que pasen estos próximos días, que luego pasen semanas y llegue septiembre.
El tiempo, este tiempo que falta hasta septiembre, sé que pondrá las cosas en el lugar donde deben estar. Y donde no debo estar yo.

Verano. Ansiedad. Tormentas interiores.

Y llega el verano. A lo bestia.
En los medios de comunicación se empeñan en que es la ‘segunda ola de calor de la temporada’. En realidad no es otra cosa que el verano de toda la vida…, pero hay días en que el hecho de ser algo conocido no lo hace más soportable. Sobre todo por las noches.

Duermo desnuda, con todas las ventanas que puedan crear corriente de aire entre sí abiertas, con las puertas de las dependencias donde están esas ventanas atrancadas con ladrillos y similares. Las sábanas son de satén blanco. Lo último que hago antes de tirarme sobre la cama es darme una ducha de agua templada (si es fría, la sensación posterior de calor es peor). Da igual. Al rato sé que estoy sudando. Y creo que del puro calor, el sudor se evapora rápido…pero el calor no se va.

Hoy es, sólo, dieciséis de julio. Lo que significa que nos queda por delante al menos dos meses completitos de calor sofocante…más lo que se prorrogue de ‘calor normal’. El calor normal puede dejar o no dormir por las noches, pero los días siguen siendo absolutamente veraniegos.
Y yo lo llevo fatal.
Alguna amiga y algunas conocidas de mi edad dicen pasarlo mal por estar ya ‘en esa etapa’. La de los sofocos y los calores propios de la condición femenina a partir de determinadas edades. Sé que no es mi caso: yo he llevado mal el verano y he pasado un calor horroroso toda mi vida, desde pequeña. Además, el cuerpo me sigue funcionando como un reloj (o más bien como un calendario electrónico) y no tengo el menor síntoma que me diga que pueda estar entrando en otra etapa…

Sigo evolucionando hacia la obesidad repulsiva, eso sí. Estoy fea y lo sé. Ni siquiera necesito espejos, escaparates: lo sé. Simplemente, a veces me devuelve mi imagen alguno de esos soportes, y lo confirmo. No necesito más.

La semana ha sido muy complicada, mucho. Con ataque de ansiedad incluido. Si no se ha sufrido nunca un ataque de ansiedad, no se puede entender qué es. Y si se ha pasado por uno…, pues tampoco es necesario que diga nada más. Creo que el martes ya me acosté con síntomas. Que me levanté con ellos en miércoles. Que yendo en el metro (abarrotado hasta los topes) me empezó a faltar el aire y a sentir (es algo raro y casi paradójico) que estaba llena de él, inflada como un globo. Que llegué al trabajo pensando en ir a la farmacia a por…qué sé yo, un inhalador simple para despejar las vías respiratorias, unos comprimidos de ésos que llevan carbón activado para que ‘absorbieran’ el aire que me tenía hinchada, unos analgésicos por si me dolía algo más… A las once dije a mi responsable directa que me iba a la farmacia (mi ‘pausa de desayuno’ está más cerca de la una que de cualquier otro horario). Creo que no me hicieron gran cosa. Bueno, igual a ratos… A mediodía salí a comprar un sándwich. El calor en la calle era insoportable, pero yo me sentía tan mal que casi no me importaba. Por supuesto, no comí nada (en el frigorífico sigue el sándwich). A las seis de la tarde me di cuenta de que tenía hora  y media, larga, por delante para llegar a mi casa…y apenas podía moverme…
También a esas alturas seguía diciéndome que tenía un ataque de alergia, que seguro que algo me sentó mal la noche anterior…
A mitad de trayecto ya no me quedó la menor duda. Cuando se me empezaron a dormir las extremidades, me empezó la taquicardia, empecé a sudar bajo el aire acondicionado del vagón, el dolor de los pulmones empezó a ser insoportable… Si alguien ha pasado por un ataque de ansiedad, sabe de qué hablo. Piensas que te vas a morir, sin más.

Pero yo sé que no me voy a morir. Identifico los síntomas. En ese momento, tuve claro que era un ataque de ansiedad (lo que llevaba todo el día negándome a reconocer). Salí del vagón. Me senté en el andén. Un andén más que conocido que, de pronto, encontré muy limpio y muy iluminado. Pensé que si me desmayaba, seguro que era fácil sacarme desde allí. Y no llegué a recordar que estaba, además, en una zona donde hay varios hospitales…
Mi recuerdo es haber conseguido volver a coger el siguiente metro, ya controlados los síntomas.
S
eguro que, en realidad, no fue así. Seguro que dejé pasar alguno mientras controlando la respiración logré que me volviesen a responder las piernas y los brazos, que se me quitase la opresión en el corazón (quien no ha sentido ese peso de cien kilos sobre el pecho no puede entenderlo), que aunque me dolieran los pulmones, al menos pudiese respirar…

Y conseguí…¿una hora después? llegar a mi casa. Y me tiré en el sofá. Me seguía doliendo todo el cuerpo…pero ya estaba en un entorno controlado. Y ya era consciente de qué me había estado pasando todo el día…
Se me ocurren razones de porqué esta reacción. Pero…, da igual. Ya ha pasado. De hecho, ese mismo día a las diez de la noche ya había conseguido comer algo (un poquito de queso tierno, un brioche con mermelada de melocotón: lo que me pidió el cuerpo. Lo que me pidió el estómago completamente vacío, más allá de café y medio y algún sorbo de agua) y ya se me había pasado. Lo suficiente para poder hablar un rato por teléfono…

 

La semana ha sido complicada. Por muchas cosas. También tormentas internas, fantasmas. Dudas. Saber qué es lo que quiero y saber que no lo tendré nunca. Saber que no sería difícil dejarme llevar y jugar un poco y sustituir con otra piel, provisional, la que no puedo tener.  Pero yo sólo recuerdo el calor de estos dos últimos días. No quiero recordar otra cosa. No quiero pensar.

Mañana empiezo con el ‘horario reducido de verano’ en el trabajo. Y…, no sé, es curioso que casi me dé igual.

Madrid no está preparada para la lluvia.

Seguimos con días complicados.
Climatológicamente, esta semana a ratos ha sido septiembre. Pero un septiembre ‘de los de antes’, de los que son septiembre cuando pienso en ellos y soy una niña…

Tras el junio que fue finales de julio, principios de agosto, con sus calores absolutamente demenciales…llega esta semana que viene a ser el agosto de los últimos años (esa semana que siempre tiene agosto y que conlleva tormentas vespertinas). Era lógico: tanto calor trae consigo evaporación masiva de agua…y, claro, lluvias. Torrenciales en el caso de esta semana.

Madrid no está preparada para la lluvia. Los madrileños, tampoco lo estamos del todo.

La semana ha sido rara. Julio empieza raro y así ha sido toda la semana. Estos días en que el reloj marca las 22:00h y es de día. No es que haya luz: es que es completamente de día (con eso de que la tierra no es redonda, este año también esa luz a esas horas es la misma que hace dos o tres era en junio. Matiz).
Sin ocurrirme realmente nada, no estoy bien. Estoy nerviosa. Es esa sensación de ‘está pasando algo y me voy a encontrar inesperadamente dentro en cualquier momento’. Es esa sensación conocida que, no por serlo, deja de ser desagradable.

Él sigue enfermo. Ya sé que es una de esas enfermedades crónicas, que la tiene desde que lo conozco porque lógicamente ya la tenía antes…, pero no deja de preocuparme. Ni un solo día deja de preocuparme.
Le llamo casi a diario (aunque casi de antemano sepa que no voy a hablar con él). Además, tiene el teléfono estropeado y es casi una aventura conseguir entender lo que me cuenta cuando consigo hablar con él: me escucho con eco, le escucho con eco, a ratos se distorsiona el sonido… Pero, como a veces le decía antes (es de esas cosas que también he terminado por no decirle: creo que tampoco le gustaba) escucharle es una necesidad casi física.
Sé que la necesidad es estar con él. Es verle, sería tocarle. Pero me conformo con escucharle hablar.
No puedo decir ‘me conformo con tan poco’ porque no me parece poco. Cada vez más, hasta conseguir escucharle me parece un milagro.

Semana rara. Comienzo raro de mes.
Madrid no está preparada para la lluvia, pero llueve igual.
Yo no estoy preparada para estar sin él. Pero su ausencia es absolutamente real y me es completamente inevitable.

De junio a julio.

Semana rarísima y larga.
O larguísima y rara.

De obras en el edificio donde vivo. Una obra muy simple, de las que no habrían supuesto ningún problema si me hubiesen pillado en vacaciones…, pero, cuando se trabaja a más de hora y media de casa, se entra a las nueve de la mañana y se sale a las seis de la tarde, las cosas se complican. Y mucho.

Pero…, en fin: ya se terminó la semana. Y, más o menos, la obra.

También se terminó el mes de junio. Otro ejemplo de periodo complicado. Y largo, siendo un mes de sólo 30 días.

La semana también me ha sido rara porque él vuelve a estar enfermo. Aunque sea de esa enfermedad crónica suya, que ya sabemos que es periódica y se cura. Pero siempre que está enfermo me preocupa. Y mucho. Y me hace pensar que me gustaría ser yo quien le cuidase…
E
sas cosas que nunca podrán ser. Como tantas otras.

Mañana es el primer día laborable del mes de julio. Y quedarán dos semanas (justas) para el horario de verano. Y cinco semanas (más o menos) para mis vacaciones.
Vacaciones que no serán otra cosa que ‘no ir a trabajar’, simplemente.

Vacaciones que nunca serán días a pasar con él. Otra de esas cosas, simples, que tampoco podrán ser nunca.