Veintiocho de enero.

Sigue siendo muy complicado.

No quiero pensar, pero tampoco sé cómo prohibir a mi mente que piense por su cuenta. Y piensa y recuerda y no entiende…

No se me nota que estoy triste. Hago reír a mis compañeros de trabajo. Probablemente mi sentido del humor se haya vuelto aún más corrosivo, posiblemente esté canalizando las cosas en esa dirección. No se me nota nada.

Intento estar activa hasta el agotamiento. Busco eso: agotarme, llegar cansada a casa e intentar seguir haciendo cosas para cansarme aún más. Y no pensar.

El último mes he comprado un montón de geles de ducha diferentes, frascos de plástico transparente con tapones negros, pequeños. Huelen bien, todos distintos, todos de composición natural. No son olores habituales ni reconocibles.

La otra noche al ponerme la camiseta con que duermo, tras ducharme, de pronto me sentí la piel muy suave.
Y no sé porqué, pensé que me hubiese gustado que pudiese tocarme, tocarla.
Y mi mente, ésa a quien me gustaría prohibir que piense, me hizo recordar que nunca añorará mi piel, porque tampoco creo que en ningún momento le importase demasiado.

Y me eché a llorar.

Vacío.

Y pasan los días e intento llenarlos de cosas. Para no pensar. Para no recordar. Para no preguntarme cosas. Para no tener tiempo para responderme a esas preguntas. Para no acordarme de cuánto tiempo hace que sé las respuestas y cuánto he pasado intentando engañarme.

Podría decir que no sé qué ha pasado, pero estaría mintiéndome de nuevo. Claro que lo sé.

Intento llenar los días de cosas, de rutinas y de inutilidades. Para llegar tan cansada a la noche que el sueño pese más que las ganas de lo que no tengo ni tendré nunca, y quedarme dormida. Y que no haya sueños. O que no los recuerde al despertar, porque no serán los que quisiera.

O porque sería peor que sí lo fueran, ahora que he tirado la toalla, que le he dejado ganar. Ahora que definitivamente sé que, sueñe lo que sueñe, no volveré a verle a mi lado al despertar.

Veintiuno de enero.

Este año no pedí un deseo al soplar las velas de mi tarta de cumpleaños.
Tampoco se habría cumplido: por primera vez en mi vida no conseguí que todas se apagaran de un solo soplido.
Tampoco pedí un deseo con cada uva.

A decir verdad, olvidé que hubiese que hacerlo, que tuviera que hacerlo, en las dos circunstancias. Que en mi caso se dan seguidas: esa noche el postre de la cena es mi tarta. A continuación, siempre ‘nos dan las uvas’, literalmente.
Este año no hubo deseos. Pasé de un año a otro sin apenas darme cuenta. Como si no quisiera hacerlo. O como si ya lo hubiera hecho…no lo sé.

Terminé el 2016 y empecé el 2017 triste. Íntimamente, profundamente triste. Empezando un año sin planes, un futuro sin futuro.

Hoy sé, también, un motivo de esa tristeza, de esa sensación de catástrofe inminente. Íntima.

Hace tres, cuatro horas he hecho la cama con sábanas recién lavadas y recién planchadas. Mi dormitorio huele a lavanda, a jabón de lavar, al calor de la plancha sobre el hilo de algodón. He quitado la colcha de crochet, he puesto como sobrecama la que tiene unas flores raras amarillas salpicando la superficie marfil. He sacado el edredón.
Creo que hace mucho que no era tan consciente de mi soledad. De que dormiré sola. Probablemente cada una de las noches del resto de mi vida.

La semana que viene descoseré la funda de la almohada suplementaria, la vaciaré, lavaré, coseré de nuevo y meteré en su bolsa de plástico. Y guardaré en el armario pequeño, indefinidamente.
Quizá también para el resto de los días y las noches de nuestras respectivas vidas.

Ayer fue veinte de enero. Nunca fue una mala fecha para empezar una nueva vida.
Pero nunca pensé que un día pudiera serlo para dar por terminada la única que, de veras, me hubiese gustado que fuese la que llenase el resto de mis días. De ésos sin deseos ni planes, de ésos que me son tan ajenos que ya ni me importan.

Fin de vacaciones.

Mañana vuelvo al trabajo.

Iba a decir ‘hoy se terminan mis vacaciones’…pero como hoy es domingo… En estos casos siempre quedan las dudas de si no fue el viernes cuando se terminaron. O el jueves, más bien, puesto que el viernes era festivo (de no haberlo sido, mis vacaciones habrían acabado ese jueves y habría trabajado el viernes).

 

¿Si las he aprovechado? Pues no podría asegurarlo. Las he dedicado a las llamadas ‘compras navideñas’ (pánico me da el próximo extracto bancario) y a hacer fotos en Madrid. Básicamente. Mi deseo-proyecto de dormir-dormir-dormir (todo lo que no puedo hacer el resto del año) y despertarme-levantarme tarde ha resultado totalmente fallido: mi cuerpo está adaptado a un horario y me despierto sobre las seis. Y aunque me vuelva a dormir (duermevela) a las nueve ya estoy completamente despierta. Y raramente me he levantado a más de las nueve y media.

La excepción ha sido hoy: podría haberme quedado en la cama todo el día. Me he despertado a más de las diez.

 

Vuelvo sin ganas. He procurado (y conseguido) no tener la menor información de qué ha pasado estos días: la máxima comunicación que he tenido con mis compañeras ha sido para felicitarnos navidades y año nuevo. Mi ‘jefa directa’ también ha estado de vacaciones esta última semana…y tampoco la habría llamado-escrito para preguntarle novedades, la verdad. Ni por mí ni por ella.

 

Y…, en fin. No voy a añadir nada más. Como cada domingo, mis compromisos familiares me llaman…

Igual esta noche escribo algo.

Queridos Reyes Magos…

Queridos Reyes Magos….

Sí. Aunque este comienzo de año bloguero esté siendo tan atípico, aunque soy plenamente consciente de que no hubo post de ‘fin de año’ ni lo ha habido de ‘comienzo’, aunque ni sé qué voy a hacer con el blog…sí tengo ‘Carta de Reyes’ otro año más. Como todos y cada uno desde que comencé a escribir aquí, hace ya más de diez años.

Queridos Reyes Magos:

Creo que este año he vuelto a ser buena. Moderadamente buena, cuanto menos. He sido obediente (el paso de los años hay que ver lo que calma y sosiega…, o cansa, para ser más exactos), he cumplido con todas y cada una de mis obligaciones, no he sido demasiado caprichosa (bueno, vale, llevo unos días de darme caprichos y gastar en cosas prescindibles que no están nada bien…, pero son mis regalos de navidad… ¿no?), he madrugado mucho, he procurado no trasnochar, y, más o menos, me atrevo a pediros a cambio algunas cosas a través de esta carta.

Lo primero, los agradecimientos. Me consta que hace dos años os pedí trabajo (y me lo distéis) y que el pasado os pedí conservar ese trabajo…y a poder ser, aumentar un poquito el sueldo. Y también me lo distéis. El hecho de darme trabajo…fue literal. Sobre todo en lo relativo a este año: he tenido cosas que hacer hasta el agotamiento. Trabajo en las dos acepciones: trabajo de tener un sueldo… y trabajo de tener muchísima tarea que hacer. No: nada que reprochar, no tengo quejas. Os lo agradezco sobremanera y quiero conservarlo. Aunque eso luego os lo pediré.

También os pedí conservar la vivienda…y aquí sigo. Renové el contrato este verano. No he tenido averías importantes, finalmente no se ha cambiado el sistema de calefacción. También os lo agradezco.

Eran mis dos grandes peticiones y las he tenido. Por tanto, mil gracias al respecto.

Y ahora, mis peticiones para este año.
Quiero seguir viviendo aquí…o si tengo que cambiar, que sea algo factible y no traumático. Que me lo pueda permitir. Por tanto, también aprovecho para pediros que no tenga grandes gastos, que no se me rompan las cosas. Mi economía sigue siendo de mileurista… Por tanto, también os pido que mi trabajo me permita seguir pagando puntualmente el alquiler.

Quiero seguir trabajando. Y seguir teniendo unos ingresos que me permitan no tener que mirar con lupa los precios y buscar la leche diez céntimos más barata… Sí: es una exageración. Me refiero a que me pueda permitir algún capricho. Os pido por tanto que mis ingresos sean como los de este pasado año, poder vivir sobreviviendo gracias a mi sueldo. Vosotros sabéis que no me regalan lo que me pagan…. Y si me dais la ocasión de conseguir más ingresos en otro sitio…., bueno, lo dejo en vuestras manos. La verdad es que me gustaría poder ahorrar este año…, porque los años pasan y yo sigo sin tener nada más que eso: años.

Quiero mejorar mi aspecto. A ratos me siento dentro de un cuerpo que no es el mío. Estos últimos días, desde que cumplí años la semana pasada, me estoy sintiendo vieja. Me sobran muchos kilos de sobrepeso…, necesito que me ayudéis con esto. Quiero volver a poder ponerme esa ropa que duerme en el fondo de mi armario. Toda esa ropa que me gusta y que hoy en día no podría permitirme comprar y que quizá por ello conservo…

Y…, y no me atrevo a pediros nada más. Trabajo y salud.
¿Amor? No. Ya no me atrevo a pediros eso. Tras este año me ha quedado muy claro que debo no merecerlo y ya no os lo vuelvo a pedir.

Para los míos quiero salud y trabajo. Fundamentalmente. Que les vayan bien las cosas.

Y para él…, pues lo mismo. Que le acompañe la buena salud. Que haga cosas que le gusten y le hagan feliz. Que esté con gente que le cuide y con quien le guste estar. O que pueda estar solo, si es eso lo que realmente le apetece. Ya sé que no estoy dentro de lo que puede eso…hacerle feliz. Bueno, sí: ya sé que sin mí está mucho mejor, este año me han sobrado ejemplos y detalles para que esto me haya quedado muy claro. Mucho.

Os pido fuerza para tomar decisiones, para cortar con lo que va a ser más lastre y para lo que voy a ser más lastre que ayuda. Os pido que me conservéis la capacidad de aguante, la paciencia, que no me hagáis egoísta.
Y salud y tiempo. Creo que como cada año.

Y, como hacía cuando era pequeña…si creéis que merezco alguna cosa, algún regalo fuera de la carta…lo dejo a vuestra libre elección. Y os lo agradeceré mucho. Pero no os reprocharé ni me quejaré si decidís que no merezco sorpresas.

No me atrevo a pediros nada material. Simplemente, tener un sueldo que me permita poder pagar lo que necesito en cada momento.

Me gustaría alguna mañana despertando a su lado, alguna tarde juntos, algunas horas de conversación de vez en cuando…, pero, sinceramente, no me creo merecedora. 

Por supuesto, también os pido que de una vez se terminen las guerras. Que este año que empieza no sea un sinparar de catástrofes naturales, de atentados, de sinrazones varias. Vosotros, que sois magos, igual sabéis qué hay que hacer para que las cosas funcionen, para que poner el telediario no sea ver cómo te cuentan el fin del mundo.
Tengo que confesaros que me da miedo este 2017. Me dan miedo los años que preceden a los bisiestos. Me dan miedo los años que son ‘números primos’. Y en este año nuevo se dan las dos condiciones. Os pido que me ayudéis a exorcitar estos miedos, estos fantasmas…

Y…, nada más.

Dejo como cada año los polvorones, el turrón y el licor virtuales para que recarguéis fuerzas y podáis continuar con el reparto. Dejo también helado de chocolate y cápsulas de ginseng para los pajes, que supongo que estarán agotados tras tanto transportar regalos. Y, por supuesto, paja fresca y agua abundante para los camellos, esos bichos rumiantes tan graciosos que tenéis como transporte.
Ah. Y plátanos. Que no sé bien porqué ni para quien, pero este año teníamos que dejaros plátanos. Os dejo toda una canasta de plátanos virtuales y os los repartís.

Lo dicho: nada más.

Agradeciendo de antemano lo que me queráis traer y agradeciendo lo que me habéis traído, siempre vuestra:

bruxana
(o A. S.T.)