Años clónicos.

Hasta ayer no me dí cuenta…y, a decir verdad, tampoco sé exactamente qué tipo de asociación de ideas me hizo percatarme…pero la certeza me produjo vértigo: este año es idéntico a 1991.

 Lo leí/escuché en algún lado a principios de año: éste iba a ser ‘gemelo’ de 1991 y de 2002. Me hizo gracia porque fueron los dos años ‘capicúas’. Somos la única generación que va a vivir dos años capicúas, un cambio de siglo y uno de milenio… lo que no deja de ser un dato, cuanto menos, curioso. Que el año fuese gemelo al 91… era una idea que me producía una sensación rara, para qué negarlo… Incluso si no lo hubiera escuchado/leído en  ningún sitio, al llegar algunas fechas (san Juan, 09 de septiembre, 15 de octubre…) me habría dado perfecta cuenta de que volvían a ‘caer’ en los mismos días de la semana. Y supongo que en cada uno de esos días habría vuelto eso que no es nostalgia, pero sí un cierto desasosiego.
 Y ayer, cuando me dí cuenta de que más que gemelos, los años eran clónicos… la sensación pasó a ser un vértigo raro…
El año 91 no sólo empezó en martes, como éste, y no fue bisiesto, como éste… sino que la semanasanta fue, exactamente, los mismos días en que cae este año.
Los mismos. 

 Ayer, creo que mientras desayunaba, leí en el periódico o escuché en la radio  una referencia al ‘miércoles de ceniza, el pasado día 13 de febrero’ y es ahí cuando me saltó un resorte cerebral y lo recordé: también el año 91 fue carnaval esa semana. El trece de febrero, lo recuerdo perfectamente, fue miércoles. Miércoles de ceniza. Esa semana de febrero fue carnaval hasta el jueves, que fue san Valentín.
Como este año. Aunque lo complejo de este pasado febrero, de mi personal febrero de 2013, ha hecho que apenas reparase en cada uno de esos días.

 Las fechas en que se fija cuando caerá la semanasanta y, por consiguiente, cuarenta días antes el Carnaval, las marca la Luna. La semanasanta no es otra cosa que la primera luna llena de la primavera. Algo tan pagano como eso. Es habitual que la noche del jueves al viernes santo esté iluminada por una enorme luna llena (dicen que en realidad es la más grande del año, por la proximidad a la Tierra de este satélite en primavera). Las procesiones antiguas que se celebrasen por la noche, en un tiempo sin luz artificial más allá de las velas, debían estar iluminadas por la Luna… Es curioso que no recuerde textos literarios mencionando ese detalle.
Este año vuelve a repetirse el calendario lunar que rigió el 1991, Evidentemente. A fecha de hoy, lunes santo, la Luna está casi completamente llena. Lástima de las nubes que, racheadas, cubren el cielo…

  Este año 2013, al menos en cuanto al reparto ‘días de mes y de semana’ vuelve a ser como aquel.  Cosas del calendario solar. Y se repite el calendario lunar. Y…
No sé. Supongo que nada de esto tiene demasiado sentido ni ningùn significado adicional. Neuras personales. Excusas   ue seguramente me estoy poniendo e imponiendo a mí misma para no pensar en otras cosas más importantes y que ahora, en este presente que se fecha como dos mil trece…, veintidós años después de aquel gemelo clónico (qué vértigo: veintidos años ya) son las cosas y la realidad que condiciona mi vida… 
Impredeciblemente, eso sí. Porque en aquellos días de aquel año no habría sido capaz de imaginar que veintidós años más tarde tendría aún menos que lo poco que tenía entonces…

Desmotivación.

Intento sacar tiempo de donde no lo hay. Ó ésa es la idea.
Mejor dicho: intento optimizar el tiempo… Me parece patético pasar nueve horas y media diarias sin hacer nada de provecho… y no tener tiempo, luego, para hacer nada. Ó no tener ganas en el poco tiempo que podría arañarle al reloj.
Sigo agotada.
No soy capaz de recordarme tan cansada nunca. El trabajo me resulta una especie de agonía, de tortura acumulada, de… De no sé qué. A estas alturas no sé que es peor, si que me despidan ó que no lo hagan. Soy plenamente consciente de que tengo trabajo cuando hay cinco millones de desempleados. Que ese trabajo es a jornada completa. Que si me despiden y tengo que buscar otra cosa… lo que encuentre no va a mejorar lo que ya tengo en cuanto a condiciones económicas: un sueldo de supervivencia que no me da ni para cubrir los gastos fijos mensuales.
Pero…
Estoy cansada. Estoy muy cansada de acumular mentiras. Y tengo claro que en esta empresa tampoco puedo aspirar a nada más. Es como dar vueltas alrededor de la nada, de ir para no llegar a ningún lado…

Estoy muy cansada. Siempre dormí poco, nunca necesite demasiadas horas de sueño para reestablecer mis ritmos vitales. Pero… No sé. No me parece normal que pase los días deseando que llegue el viernes… porque eso se traduce en no tener que madrugar el sábado. Paso la semana acumulando sueño. Y estoy segura de que no duermo menos horas de las habituales en lo que ha sido mi rutina vital durante muchos años: era muy habitual acostarme a las dos y media para levantarme a las nueve… y ahora me quedo dormida en el sofá antes de las doce y me levanto entorno a las siete…aunque en medio haya ratos de desvelo, como siempre los ha habido…
Pero estoy cansada. Estoy contínuamente cansada. Y totalmente carente de expectativas.
También laborales. Ó  también personales.
Cuando estoy en horas laborales…se me ocurren mil cosas que me apetece hacer. Algunos días quiero volver a tomarme en serio lo de escribir un rato (obligatoriamente) aquí, en el blog. Me digo que no es tan complicado: entrar por las noches y redactar unas líneas… También, a ratos, me apetece volver a pintar (aunque en mi caso nunca he pintado más que flores… y luego regalo los cuadros, así que…). Me acuerdo de cosas que tengo a medio hacer…y me da una rabia intensa no poder hacerlas, teniendo tanto tiempo ‘libre’ al día…
Las nueve horas y media diarias de encierro se me hacen eternas. Lo llevo muy mal. Cada día peor. Y me siento mal por sentirme mal y ….

Estoy redactando esto como si fuese un email, para dejarlo en el ‘borrador’ de mi cuenta de correo y luego poder recuperarlo. Son casi las tres y media de la tarde, hora en que estamos en la ‘pausa de la comida’. Esa hora libre que al final más que servirme para descansar consigue lo contrario. Consigue que las ocho horas laborales diarias se conviertan en nueve, nueve horas y media de lunes a jueves y seis los viernes que paso encerrada… porque en este polígono no hay donde ir, porque no hay un árbol donde sentarse a la sombra a leer. Porque no hay nada, y el barrio es tan espantoso que paso el día sin salir… para no deprimirme aún más al ver a dónde me han traido…

Quisiera tener las cosas más claras de lo que las tengo. Quisiera tener completamente claro que lo que quiero es que me despidan y, entonces, poder pedirlo. No sé. Pero estoy tan cansada que cualquier decisión que tome me parece un error, me parece que no lo he pensado lo suficiente… Y tanto si me quedo como si me voy…si pienso en cualquiera de las dos opciones, siento que me estoy equivocando…
Y sigo aquí por inercia.
Y sigo acumulando cansancio y sensación de vacío…
Y no me gusta. No me gusta lo que hago, no me gusta lo que soy. Y creo que he perdido la capacidad de reinventarme.

Igual esto es eso que dicen de ‘hacerse mayor’, no lo sé.
Estoy tan cansada que me siento incapaz de estar segura de nada…

Acumulando sueño.

Acumulo sueño. Muchísimo sueño.
Creo que podría, perfectamente, estar dormida 24 horas seguidas… si me lo pudiera permitir.
Siempre dormí poco. Me daban las tantas despierta: leyendo, escribiendo, enredado, ordenando fotos físicas ó digitales, cosiendo, haciendo cosas sin pizca de sueño. Nunca me costó madrugar cuando era necesario. Sin embargo…
Llego a casa sobre las ocho de la tarde (algunos días cerca de las nueve… alguno, cerca de las diez, pero de forma excepcional). Me meto en la ducha: cada día me da más asquito la aglomeración de los transportes públicos. Preparo cualquier cosa para cenar. Durante años, mi cena era un sandwich, un yogur. Hubo un tiempo, atrás, que era algo de fruta y un vaso de leche. Estos últimos 4 años me terminé habituando a cenar algo más consistente… básicamente, porque a mediodía no comía más allá de lo que antes cenaba… pero sin leche ni yogures. Pero cenaba entorno a las once de la noche… y luego podían pasar tres horas antes de irme a dormir. Ahora ceno a las diez… como muy tarde…
Y, aunque realmente tengo tiempo para prepararme algo (cosa que estos años atrás no tenía: llegaba a más de las diez) mi pereza es inmensa. Creo que nunca he comido tan mal como estos últimos meses, la verdad…

Me quedo dormida en el sofá. Creo que muchos días no he llegado despierta  a las once de la noche… aunque luego he aguantado entre sueños hasta más de las doce… y muchos días me traslado a la cama a las dos, a las tres…
A poco más de las seis estoy despierta. Cuando suena el despertador, casi a las siete, ya no me hace falta. Aunque estoy tan, tan cansada… que vagueo en la cama hasta las siete y cuarto…
Y salgo de casa a las ocho menos cuarto, ocho menos diez.
Y acumulo sueño y cansancio, un día tras otro.

Estoy muy cansada. Anoche creo que a las once ya estaba dormida (el traslado a la cama fue de madrugada, lo admito). Me he despertado a las diez. Eran casi las once cuando me he levantado…y, tras desayunar, me he tumbado en el sofá, hasta la una…
Y sigo cansada. Muy cansada.

Hace años que no tenía tan mal la piel, ni el pelo. Llevo diciendo que la moqueta que nos ‘acompaña’ en el trabajo es algo espantoso desde que la ví, a finales de diciembre. Esta semana, los responsables de ‘riesgos laborales’ de la multinacional a la que mi TeErreA pertenece… han corroborado que la sequedad del ambiente no es ni normal ni sana… y, por descontado, que la culpable es la moqueta sintética. Casi toda la plantilla llevábamos semanas quejándonos (a veces, para nosotros mismos) de sequedad en los ojos, de tirantez en la piel, de un aparente adelanto de las alergias primaverales…
Es la moqueta. ¿Que qué van a hacer? Pues nada. Por lo visto, si en la próxima ‘medición’ de la temperatura y el grado de humedad seguimos igual… propondrán que se instalen humidificadores. ¿Cuando será la próxima medición? Pues de aquí a tres meses. Y si tenemos en cuenta de que ya en diciembre se propuso que necesitábamos estores que no dejasen pasar el sol como lo hacían los ya instalados… porque el sol atravesando todo el día los cristales poco menos que blindados que constituyen las paredes exteriores del edificio convertían en más de 30ºC la temperatura interior… incrementada por la irregulable calefacción… y hasta esta semana no han traido los estores nuevos… porque esas cosas la tiene que aprobar la central de Londres (donde no entienden que nos quejemos de tener un exceso de sol ni que repudiemos las moquetas)… pues qué podemos esperar…

No sé. Creo que este edificio nos va a matar, poco a poco…

Hay más cosas, claro que las hay. Cosas que me tienen preocupada más allá de mis propios problemas… Cosas que se escapan de mi control. A mí, que tanto me costó siempre delegar…
Me duele el dolor ajeno, me duele el dolor de quienes quiero… Me duele que a quienes quiero les duela el dolor de a quienes quieren…

Necesito dormir, descansar. Y cuanto me gustaría poder dormir a su lado, verle al entreabrir los ojos y seguir durmiendo. Poder dormir con él, aunque a su lado apenas duerma cuando está conmigo…

Ausencia, como algo físico…

Algunos días le echo de menos como algo físico,  como una necesidad real. De verle, siquiera. De tenerle cerca, de saber que podría tocarle…aunque sé que no lo haría, seguro que no…

Algunos días le echo tanto de menos, me apetecería tanto, tanto, tanto poder estar con él, que duele. Me duele necesitarle.
No: no es necesitarle. No puedo necesitar lo que sé que no tendré nunca.
Lo que duele es echarle de menos. Echarle tanto de menos cuando sé que no voy a verle, que quien sabe cuando será la próxima vez. Cuando ni siquiera sé de cierto si habrá una ‘próxima vez’…

Algunos días duele, y ni siquiera soy capaz de poner lugar a ese dolor. Situar dónde está la herida que deja la ausencia, para intentar inventarme una forma de aplicar una cura.
Algunos días, como hoy, desearía tanto haber estado con él, que no doliese esto que no sé cómo llamar…

Sobreviviendo.

Esta semana he pasado por la peor gripe de mi vida. No quiero sonar exagerada, pero llegó un momento en que pensé que no salía de ésta…
No me apetece escribir sobre ello: el pc me va lento y, en fin, estoy convaleciente. Ya bastante bien (no tengo fiebre: esta semana he pasado de 40ºC con toda seguridad), algo de ronquera, algún estornudo (también porque las mimosas han florecido, y, con todo lo que ha llovido estos últimos días, más que va a florecer todo en poco tiempo), restos de dolor de articulaciones (uno de los síntomas de este virus horrible viene a ser eso: sensación de que te han golpeado con un martillo y con saña cada una de las articulaciones del cuerpo. Y que han estirado y retorcido cada pelo de la cabeza, cada ceja, cada pestaña… Duele absolutamente todo), y cansancio. Ya no tengo sueño, al menos hoy, pero sí esa resaca rara de la convalecencia, ese cansancio acumulado…

No he dejado de ir a trabajar. Lo que, me consta, ha agravado los síntomas. Tres horas diarias, en hora punta, con un tiempo bastaste desapacible… en varios medios de locomoción diferentes y abarrotados, para llegar a un barrio del que lo menos que se puede decir es que es deprimente… pues no es el mejor remedio. Y pasar nueve horas y  media encerrada en un edificio acristalado sin ventilación exterior, con un mismo aire que se ‘recicla’ una y otra vez, en una enorme sala enmoquetada…, pues no, creo que tampoco resulta muy terapéutico.
Pero, aun así, he sobrevivido.

Y poco más que contar.
Este es uno de esos post de ‘señales de vida’. He sobrevivido a este virus, pero no me encuentro del todo bien. Y me consta que es más algo mental que físico, esto también lo sé. Porque las cosas no van bien. Aunque no hable de ello…, las cosas no van bien. También sé que no hablar de algo no hace que deje de estar ahí, pero…

No sé. A ver si el próximo post es algo más comunicativo.