Como voy a pretender importarle…

En ocasiones cuelgo el teléfono con ganas de llorar.
En ocasiones, de hecho, las tengo mientras hablo con él. Cuando noto claramente que mi llamada pasa a ser una molestia pasados los cinco primeros minutos de cortesía. Que me está dejando hablar, pero no tiene el menor interés en lo que le esté diciendo. Y no sé porqué no cuelgo yo.

Eso me lo pregunto luego, sintiéndome idiota. Porqué no cuelgo yo, sin más, Por qué sigo llamándole, cuando ya sé que muchas veces ni se molesta en cogerme el teléfono (y ya sin disimular). 

Le llamo porque me importa, porque necesito saber cómo está, porque necesito escucharle. Porque una relación es eso, y si uno de los dos no la mantiene mínimamente, desaparece.

Cuando duerme conmigo, no cambio después las sábanas. Lo decidí el día en que noté que descubrir su olor en ellas la noche siguente, de pronto y sin esperarlo, me tranquilizaba. Como me tranquiliza abrir los ojos y verle dormir a mi lado cuando está. Ese instante de ‘todo está bien, todo está como tiene que estar’ que me devuelve al sueño.

Sólo una vez las cambié cuando me quedé sola y lo decidí antes, procurando mancharlas aquella mañana. Una de aquellas mañanas en que despertar a su lado era sentir que todo estaba bien…y que eso dejase de ser así al rato, cuando terminaba sintiendo que no le gustaba que le tocase y que me dejaba claro que yo no le gustaba a él (hay cosas que no es necesario pronunciar. Hay actitudes. Hay momentos en que las actitudes no se pueden fingir. Mis despertares con él siempre fueron así de sinceros. Algunas mañanas sí le apetecí. De eso hace mucho). 

Este sábado, cuando me acosté de nuevo tras la noche anterior con él, estuve a punto de levantarme y cambiar las sábanas. O simplemente quitarlas y dormir sin ellas. O irme a dormir al sofá…
El olor de su piel en mis sábanas me dolía. Mucho.
Me gustaba y me hacía daño. Me regresaba a mi decisión de esa mañana, cuando se levantó escapando de mis intentos de acariciarle y, simplemente, lo entendí sin más y me conformé. Decidí conformarme.

Hace mucho tiempo que sé que no le atraigo como mujer. Y lo entiendo perfectamente: yo tampoco me sentiría atraída por alguien como yo. Hace años que sé que no se va a decidir a tocarme hasta la tercera cerveza. Y hace mucho (instinto de supervivencia, imagino) que decidí incorporar ese detalle al propio juego de estar juntos y acabar en la cama. Pero cada vez es más indisimulable su falta de interés en mí. 

Hace mucho que esquiva cualquier insinuación de tipo sexual que le pueda hacer en una conversación telefónica, en cualquier mensaje telefónico de buenasnoches. Hace años era raro que en nuestras conversaciones no hubiese dobles sentidos (o sentidos muy claros). Incluso cuando no había nada entre nosotros más allá de un tonteo dialéctico, cuando ni se me pasaba por la cabeza que un día acabase desnudo en mi cama.
Hace mucho que me evita y que me esquiva en ese sentido. 

Esta vez han pasado cinco meses (menos tres días) desde la última vez que nos vimos. Y esa última vez fue también así: pasó la noche conmigo.
En medio no hay nada. Claramente no tiene la menor intención de verme.
Y yo a él sí. Y me siento una imbécil.

No cambié las sábanas. Creo que en algún momento pensé que evitar encontrar su olor en ellas me iba a doler aún más.
Cada día que le veo estoy segura de que será el último. 

Hace años que no soy yo quien decide cuando verle, sino que tengo que conformarme con aceptar su propuesta (cuando puede y quiere). Hace mucho que no puedo irle a ver tras salir del trabajo. Que si le insinúo que igual un día podemos quedar para, qué sé yo, tomar un café, sé que ni me va a contestar. Y ya, ya sé que no puede, que no dispone de su tiempo…, pero miro hacia atrás y también sé que cuando disponía más o menos de él nunca quiso que quedáramos para comer, por ejemplo.
Me costó darme cuenta de que, simplemente, no quería verme demasiado. Y no quería correr el riesgo de que le pudieran ver conmigo. 

Son cosas tan básicas como eso.

Son muchos años. Hace casi diez que le conozco. Hace casi nueve que supe que quería seguir viéndole. Hace más de ocho que se quedó a dormir conmigo por vez primera.

Y en estos años me he ido acostumbrando a aceptar que todo sería renunciar a cualquier deseo, por simple que fuese. Que nunca me iría de vacaciones con él (ni siquiera un fin de semana, ni siquiera una escapada con regreso ese mismo día). Que nunca conocería su casa (tampoco tuve nunca ningún deseo de ello, lo confieso) por mucho que en un tiempo él llegase a planificar encuentros allí, por mucho que un par de veces me confesara (tras uno de aquellos encuentros brevísimos en que yo iba a esperarle a la salida del trabajo y le acompañaba hasta su destino en metro) que había estado a punto de decirme que le acompañase porque quería quitarme la ropa (a veces sí me decía esas cosas. En muchas de nuestras largas conversaciones había frases así). Que nunca conocería a nadie de su entorno personal. Esto tenía una explicación de lo más básica: yo no existía en su vida.

Un día decidí que quería hacerme un tatuaje y que querría que él lo dibujase (algo muy básico, por otra parte). Imagino que pensé que así siempre tendría algo suyo… Un día se lo insinué. Evidentemente no supe pedírselo. En esos momentos no se me ocurrió que para él fuera un encargo profesional.  No se me ocurrió pedirle presupuesto.

Sé que dibuja y que escribe. O eso quiero creer, que es verdad que lo hace. En casi diez años nunca he visto nada dibujado por él, no he leído nada más allá de su respuesta a algún correo.
No tiene redes sociales (o, si las tiene, yo no tengo acceso a verlas). En tiempos sí tuvo cuenta en Fb. Un día le dije que prefería que el día en que decidiera entretenerme con sus fotos publicadas, quería verlas con él para que me las explicara (eran fotos de sus viajes). En algún momento eliminó la cuenta, creo que antes de ese momento me bloqueó el acceso…

Cuando empiezas una relación (porque lo mío con él tuvo muchos, pero muchos meses previos de irnos conociendo poco a poco, muchos días de trabajar juntos, muchas horas de teléfono, horas frente a un par de cafés, insinuaciones, tanteos…, no fue un arrebato de irnos juntos nada más conocernos, no fue conocernos sólo con el fin de irnos a la cama) piensas que esa persona ha decidido, como tú, empezar una relación porque le interesas, de algún modo. Y te puede la vanidad y te crees importante para esa persona.
Supongo que así empezó mi relación con él. Al menos, tras la primera noche juntos, que habíamos aplazado durante meses.

Hace años ya supe que yo no era la única. Luego supe que no era la más importante. Hoy sé que ni siquiera he sido nunca nada en su vida.
Cómo voy a pretender, con todo esto, pensar que siquiera le pueda gustar como mujer, que pueda tener cualquier tipo de deseo sexual cuando está conmigo…

Último festivo.

Semana complicada en que lo único salvable ha sido el día festivo de hoy. No porque haya hecho nada excepcional, sino porque conllevaba no tener que ir a trabajar.

Mejor dicho: no tener que ir al sitio donde trabajo.

A mí trabajar no me ha molestado nunca. Es más, he sido una adicta al trabajo durante años, librando sólo los domingos, teniendo si acaso una semana de vacaciones en verano… Y no pasaba nada: me gustaba mi trabajo. Vivir para trabajar y trabajar para vivir era la misma cosa.
Nada que ver con lo que hago ahora a cambio de una nómina más o menos fija y de cantidad de lo más variable.

Éste miércoles ha sido el último festivo del año, prácticamente hasta navidad. 

Hasta este empleo que tengo ahora…, o hasta este sector en el que trabajo desde hace años, nunca me preocupó cuando caían los festivos, si había o no un puente, si las navidades eran días entresemana o domingos.
Ahora lo miro y lo calculo con semanas de antelación. Que no voy a dedicar esos festivos a nada excepcional, que simplemente es para no ir al trabajo.

No estoy bien.
No lo estoy físicamente y tampoco me encuentro bien mentalmente. Probablemente lo uno sea culpa de lo otro, pero no sé en qué orden. 

Dieciséis de mayo.
Y no quiero ir a trabajar. Y no puedo evitarlo.