Bricolaje y turquesas antiguas (superpegamento II)

Asunto súperpegamento: segunda parte y conclusión.

Como decía, guardé la pulsera de turquesa envejecida a poco de comprarla. Dicen que las turquesas son piedras protectoras en viajes. Que ayudan a los enfermos a que no sufran: dicen que es la piedra que «acompaña» a quienes mueren a hacer mejor el viaje (quizá por eso los escarabajos de turquesa que se encontraban en la mano de algunos difuntos momificados, en culturas antiguas). Personalmente, es una piedra que me atrae mucho. Su color azul tan peculiar… Aunque en el caso de esta pulsera, es más verde que azul. Y creo que ahora la encontré más verde que lo que era cuando la guardé…

Llevaba tiempo pensando que algo debía hacer con ella. De pronto, pensé en «reconstruirla» también yo: como lo que de veras me gustaba de ella es la piedra y la plata antigua, quitaría el resto de la cadena y haría una con cuerdas trenzadas. El primer intento no me convenció: demasiado simple. Fue el segundo el definitivo. Éste:

Y aquí es donde empieza la historia del pegamento…

El frasquito estaba encima de la mesa desde hace días. Es de ésos que llevan un pincelito incorporado, lo que facilita el uso: no se seca el tubo por estar demasiado tiempo abierto, se dosifica mejor… De hecho, su último uso fue darme una pizca de pasadita en la uña del pulgar izquierdo. Ya sé que no es el mejor empleo: pero es que la tenía rota por un sitio… que si se me enganchaba igual me llevaba medio dedo. Entre el súperpegamento y un limado diario, voy dejando que crezca hasta llegar al corte…

Cuando terminé de trenzar, atar, poner cierre a la pulsera, se me ocurrió: ahora le doy una pasada de pegamento a los cabos y a los nudos, de ese modo evito que se deshilache ó se desate sola. Y eso hice.

Por descontado, asegurándome de cerrar perfectamente el frasquito de pegamento. Podría jurar que lo hice. Me recuerdo haciéndolo. Media vuelta de rosca…

Y me olvidé. Como siempre cuando se da por finalizado algo trivial. Esto fue el sábado por la mañana, antes de las doce…

Estaba metiendo dentro de la vivienda las plantas que pasan las noches en la terraza. Son varios paseos: dos plantas cada vez. En el último… de pronto, veo el pincel sobre la alfombra. Rápido pensamiento: «esto no puede ser verdad. Se ha volcado el pegamento sobre algún sitio. Acabo de cargarme algo».

Rápido vistazo. Sí: bote tumbado… en la alfombra. La alfombra de herencia materna, pura lana , modelo oriental, fabricada en Crevillente. Pero, como estas cosas siempre pueden ser peores… no, no en cualquier sitio. Junto a la pata de la mesa. La compacta y pesada mesita expositor de centro.

Rápida reacción: cojo el frasquito y lo tapo. Salgo corriendo hacia el baño: agarro el rollo de papel higiénico (porque recordé que llevo días sin papel de cocina. Eso que empleo para todo), corto un buen pedazo, y voy derecha a recoger el charquito de pegamento… antes que se seque y la mesa se pegue a la alfombra para el resto de sus días (no olvidemos que es el pegamento del anuncio ése donde pegan a un tipo al techo por la suela de los zapatos. Sí: ése que nos dice en letra pequeña que no lo hagamos en casa).

Pedazo de papel en mano derecha. Lo arrugo sobre el pegamento, con intención de «recoger»…
… y pego un salto (y quizá un grito) por el dolor. El mismo dolor que tocar una plancha a máxima temperatura, una sarten al fuego.

El superpegamento quema. Mucho. Supongo que como reacción química del proceso de secado.

Tiro el trozo de papel (empapado de gran parte del pegamento, espero y deseo en ese momento ) bajo el sofá. Y salgo corriendo hacia el baño…

Supongo que en estos casos me surgió una mezcla de instinto y recuerdo. El recuerdo fue el de saber que este tipo de pegamento lo «despega» de la piel el quitaesmalte de uñas. El instinto: hacerlo todo muy rápido.

Frasco de quitaesmaltes (menos mal que tenía). Algodón. Quitaesmaltes a chorro empapando el algodón que sujetan mis dedos quemados. Carrera de nuevo al comedor: algodón empapado en quitaesmalte sobre la mancha de pegamento. Deseo: que no se pegue la mesita a la alfombra…

Aunque recuerde todo el proceso como algo «paso por paso»… estoy segura de que no fueron ni cinco minutos. Incluido el volver al baño y poner los dedos bajo el grifo de agua fría (nuevamente el instinto. Dolían horriblemente). El buscar crema de manos ultrahidratante que sólo me produjo escozor, mientras volvía al grifo frío, y volvía a por el algodón que dejé en la mancha de la alfombra (no se pegase también), y rebuscaba el aftersun que llevaba más de dos años guardado, y de nuevo más agua fría (sólo me calmaba eso), y armarme de valor y no sé cómo levantar la mesa y despegarla a tirones de la alfombra antes de que fuese tarde (no sé qué pesa mi mesita. Pero es una estructura de haya maciza, con tapa de vidrio templado y llena de cosas: entre otras, mi colección de pisapapeles de cristal. Ésos que llegado el caso sirven como «peso» ó para sujetar puertas en días de viento huracanado. Además, suelo tener la superficie exterior de la mesa llena de cosas. Vamos, que no sé cuanto, pero pesa).

Ya digo que todo el proceso no debió durar más de cinco minutos. Rato que pasé corriendo por la casa descalza, con la camiseta de dormir…

La escena, sí, digna de teleserie de humor. Por lo ridícula, sin duda…
http://media.imeem.com/m/WJ21qhkIh2
Creo que acerté con lo del quitaesmalte (aunque tal vez lo hice más bien pensando en la alfombra… no sé). Y con el agua fría. Y quizá con alguna de las cremas… Cuando en la farmacia me dieron una anti-quemaduras específica, las ampollas eran visibles pero ya no dolían tanto. De hecho, sólo me apliqué esa crema a mediodía. Y por la noche más ó menos podía incluso rozar las cosas con los dedos (de hecho, terminé el post donde lo comento).
Así que, moraleja: el superpegamento es más peligroso de lo que podemos pensar. Además de pegar la piel si uno no tiene cuidado, quema si se vuelca y rozamos el «grumo» de pegamento. ¿Antídoto (sobre todo para los restos que cuando lo empleamos se nos quedan en la piel)?: quitaesmalte de uñas.
Y, por supuesto, médico y/ó farmaceútico. Que igual lo del esmalte de uñas es como lo del dentífrico para las quemaduras de aceite… poco científico.
Y… en fin, igual pedir a algún amigo que saque la cámara y filme, en casos así, convierte la escena en algo digno de premio en un «vídeos de primera». Pero a mí, como me pilló sola… lo tendré que dejar a la libre imaginación de quien lea el relato.

El alma de los lugares y los objetos (superpegamento I)

Asunto súperpegamento: introducción y primera parte.

Tengo que reconocer que la escena en sí daría para un gag estupendo tipo Pepe Viyuela ( genial «payaso» al que admiro sin matices ni reservas). Y es que casi todas las escenas cómicas lo son… cuando no pertenecen al momento y la vida real de uno mismo…

Todo empezó hará unos diez años. En verano tenía apenas 10 días de vacaciones, y siempre empleaba uno, una tarde siquiera, en ir al centro comercial La Vaguada. Y es que durante años, algo que hoy nos parece de lo más común y que es un centro comercial (con su híper, su zona de restauración/hostelería, sus tiendas de temas diversos, todo bajo techado, con asientos en algunas zonas…) era una completa rareza. La Vaguada fue el primero que se abrió en Madrid, a principios/medidados de los 80′. Además, era un centro comercial «de autor»: César Manrique. Y el resultado fue una auténtica obra de arte… Hasta venían autocares con gente de otras provincias a visitarlo.
Con el paso de los años, y «gracias» a la despreocupación/cooperación del Ayuntamiento de Madrid, decidieron que el edificio necesitaba una «restauración»… y el resultado es que a fecha de hoy es un centro comercial idéntico a los otros tropecientos centros comerciales. Con razonamientos absurdos, terminaron por quitar todas las señas de identidad de La Vaguada: las rocas basálticas que aparecían aleatoriamente en el suelo de mármol blanco y en los bordes de los miradores de una planta a otra, las plantas naturales que caían en cascada desde el techo y que se autoregaban, proporcionando una agradable humedad en verano, las lonas-vela que daban al centro su peculiar aspecto de velero en mitad de la ciudad, el sistema de iluminación que no dañaba la vista, el magnífico conjunto de sistemas de subida-bajada (ascensor, rampas, escaleras mecánicas, escalera de caracol para subir a pie) que estaba todo junto… En fin, que espero que el espíritu de Manrique persiga toda la eternidad a los «ideólogos» de semejantes estropicio. Porque aunque se intentó parar el desastre (y por tanto, la obra) bien que se dieron prisa. No fuese a cumplir los años necesarios para que el edificio tuviese la protección urbanística necesaria que impediría esa «reforma» que seguro tan bien vino a las empresas concesionaria y adjudicatarias…
http://media.imeem.com/m/WJ21qhkIh2
En fin. En La Vaguada también la mayor parte de las tiendas primigenias eran diferentes (hoy no: están todas las marcas de tienda de ropa que hay en todos los centros comerciales, todas las franquicias de bares y fastfood, todo lo que uno espera encontrar en un centro comercial). Una zona era la llamada «calle de los artesanos». Era un recoveco del centro, solado con losetas de «calle», con sus farolas… y cuyas tiendas tenían eso, artesanía. De calidad.
Había tres ó cuatro platerías. Hasta hace pocos años, encontrar sitios donde se vendiera joyería en plata y piedras era tarea casi imposible. Para mí, tan aficionada a las piedras, encontrar esas joyerías de artesanos… fue el gran descubrimiento. Y una de las razones por las que, cuando económicamente me lo pude empezar a permitir, iba a La Vaguada. A comprar algún collar, un anillo, pulseras… Objetos no sólo originales y bonitos, sino con «alma». El alma de las piedras.

Por supuesto, la «remodelación» terminó por llevarse por delante la «calle de los artesanos». Supongo que porque ya que no hay tiendas similares en el resto de los megacentros comeciales, era cosa de quitarlas en éste en vez de ponerlas en otros… A pesar de que muchos fuimos a firmar para intentar parar el desastre. Dió igual: hoy está allí una megatienda de ropa de origen sueco…

Como digo, la historia del pegamento empieza hace unos diez años y en La Vaguada. Había comprado… qué sé yo, quizá alguna gargantilla de onix, un anillo de granates, unas pulseras de malaquita… Entonces, la ví. Y decidí que la quería. Era una pulsera con una piedra de un curioso tono verde agua, mate. Pregunté, cuando me la sacaron de la vitrina, qué piedra era:
-«Es una turquesa».
Nunca había visto ninguna de ese tono. Se lo dije al joyero.
-«Claro. Es que debe tener muchos años. Las turquesas son piedras vivas: con el tiempo, envejecen e incluso se mueren. Y se van volviendo verdes».

Me llevé mi pulsera de turquesa envejecida. Era claramente una joya «reconstruida»: el centro era la turquesa, y una cuentas de plata antigua. El resto era una cadena de piezas casi rígidas y distinto brillo. Me la puse poco: aún teniendo unas manos y unas muñecas finitas, tuve que añadir otro cierre para poder darla de sí unos milímetros.

Poco tiempo después, estuve a punto de perderla: se me cayó por una ventana (de una vivienda en que terminó viviendo alguien que luego fue dueño de un local de ocio con muerto en reyerta…pero eso es otra historia). Y, ante la posibilidad de que fuese una de esas piedras que están con nosotros «de paso», decidí guardarla…
Hasta el otro día.

(Continuará… claro)

Cuatro más uno suman cinco…

… y cualquier cosa que escribiera no sería sino repetir con otras palabras lo que ya relaté hace un año.

http://www.espacioblog.com/bruxana/post/2007/07/29/han-pasado-cuatro-anos

Si acaso, sólo lo escribiría/describiría peor, porque sé que cada día escribo peor (soy plenamente consciente de ello. Y ni siquiera me lamento. Lo que ya no tiene remedio no merece lamentaciones).

Sólo la música sería distinta. Este año es ésta:

http://media.imeem.com/m/xE0fK_mhUf
(..» Escribo una y otra vez ‘no puedo vivir sin tí’. Me paso los días esperándote (…)Sé muy bien que desde este lugar yo no llego a donde estás tú…»)

Sinceramente, ya está escrito de antes cualquier cosa que creamos estar diciendo/sintiendo por primera vez. La Historia no es más que la repetición de pequeñas historias.

Y nada más. Como escribió Aute: «apenas, nada más».

Sentido común. Esmalte de uñas. Cosas tan simples…

Hoy el tema/argumento del post tendría que tenerlo muy, muy claro.

Pero quizá debería haberlo escrito ya, antes. Publicarlo hoy, simplemente, y no pensar más.

Aunque igual el problema real (si existe un problema) sea que ya no pienso en ello. Que, afortunadamente, la vida y el tiempo va suavizando los recuerdos y va matando la posible nostalgia. No sé. Tampoco sé si es eso.
A veces pienso que la propia carencia de estímulos «reales» en mi vida «real» en estos momentos también están influyendo en que deje de pensar. No ya en él, ó en cosas que me importaban y creí que me importarían siempre, sino en general. Es como si una parte de mí hubiese decidido tirar la toalla, dejar la vida pasar…

Y sin embargo sé que no me lo puedo permitir. No, al menos, en determinados ámbitos de mi vida (en este momento, claro, estoy pensando en el trabajo. Que sigo desempleada. Y se diría que no me importa… pero sí, y mucho. Mi situación económica está a un par de meses de ser absolutamente angustiosa).

No sé. Hay ratos en que la vida me cansa tremendamente. El simple hecho de respirar me cansa. Planificar cosas tan simples como coger las bolsas con la ropa de la que me quiero deshacer y darme dos paseos hasta el contenedor (y tengo que hacerlo. Antes de que me dé el punto y piense que igual algunas cosas debería conservarlas…).
Cosas como pintarme las uñas de los pies: yo, que hasta en invierno y llevando medias, calcetines y botas…
Como ir a un gran centro comercial a comprar un regalo para mi hermano: yo, que para comprar determinados yogures que me gustaban cruzaba todo Madrid, que sacaba tiempo de las dos horas libres que tenía a mediodía e iba recorriendo escaparates para ver qué tienda tenía lo que buscaba y pensar cómo lo hacía para ir a comprarlo…

Cosas así, tan simples.

Anoche me quedé dormida a poco más de las doce, en el segundo episodio de «CSI-Las Vegas». Serían las dos (tras breves momentos de despertar intermitentes, de ver secuencias ya conocidas y querer aguantar y seguir viendo) cuando me trasladé a la cama y, al pasar por el despacho, ví que el pc seguía encendido y lo apagué directamente del botón: sin cerrar nada por el camino. Supongo que saber que tampoco iba a perder nada importante influye para que cada vez con más frecuencia haga cosas de ésas que mi sentido común, hace tan poco, nunca me habría permitido hacer…

Sentido común. Curioso término.

Una de mis «virtudes» que él alababa y casi reprochaba y casi le servía como argumento de burla. Quizá eso que, de no haber tenido, sentido común y autocontrol, hubiese hecho que las cosas fueran de otra forma…

Hoy este post debería ser una carta, y debería ser una carta para él. Cinco años después. Cinco años sin verle.

http://media.imeem.com/m/2HG9FhUFqi
Y tan poco de veras reseñable en tantos días…
Dejo que la canción que suena ponga las palabras que mi cansancio, que mi hastío ante mi propia vida, que esa sensación de fracaso que a ratos me invade, no me permite redactar.

Al menos hoy y a estas horas del mediodía. Y con las uñas de los pies sin pintar.

No sólo queman el fuego, el hielo…

Igual no, pero igual sí…

Igual hoy, ó los próximos días, no publico/comento/contesto con la asiduidad habitual.

No, no voy a estar fuera. Ni es que haya conseguido tener la suficiente «fuerza de voluntad» necesaria para dejar descansar un rato el pc y ponerme a hacer otras cosas: limpiar a fondo la casa, tirar más ropa, ordenar cajones y todo lo que tengo en el segundo dormitorio ( y donde hay aún cosas metidas en bolsas… desde hace 3 años y pico. Las que me traje de la oficina cuando cerramos). No.

Es que me he quemado la yema de dos dedos (índice y corazón, éste algo menos) de la mano derecha.

La verdad es que el teclado lo manejo bàsicamente con la izquierda (bueno, hace unos años descubrí que soy prácticamente ambidextra: sólo para escribir a mano y comer con cuchara necesito de forma imprescindible la derecha). En el ordenador, la derecha la necesito para el ratón (claro) y empleo apenas el índice (a veces, como estoy viendo ahora, también el corazón, que se me va solito). Por lo que más ó menos, soy capaz de redactar este texto (eso sí, con unos problemazos con los acentos, el espaciador y alguna cosa más, alucinantes. Y es que estoy empleando el dedo anular para lo que antes hacía con el índice… y no calculo las distancias). No hago más que corregir, eliminar letras de más, quitar «enes» de dónde tendría que haber acentos…Y es que si a todo el problema circunstancial de hoy le sumamos que soy pelín dislexica… para qué queremos más escenario.

Segunda parte:

Lo anterior lo redacté esta mañana, antes de la una. Esto es: al rato del acontecimiento…

Las quemaduras siguen ahí, pero ya me duelen menos. Entre la mucha agua fría (para estas cosas, me suele salir el instinto animal. Menos mal) y una pomada que luego compré en la farmacia… parece que el tema va más ó menos prosperando.

Las quemaduras han sido con «super-pegamento» (exactamente, ése del anuncio donde cuelgan de las suelas de los zapatos cabeza abajo al actor). Y el relato de los hechos ya lo contaré en otro post, que ya digo que esto sigue «tirando» y no es plan.
http://media.imeem.com/m/wBy3m1MwMl
Dejo aquí el post. Con música y foto, claro.

Color verde… y más calor

Al final, salvo descolgar/meter en lavadora/lavar/tender/planchar/colgar las cortinas de mi comedor… tampoco he hecho otra cosa en todo el día. No me cunde el tiempo…

Tengo el periódico de hoy practicamente sin leer: siquiera, una hojeada y ojeada. Tengo dos ó tres revistas de esas «femeninas» compradas la semana pasada, que idem (yo, que las devoraba. Que hasta las direcciones de interés). Tengo varios suplementos dominicales. Y tenía más cosas, pero al final entré en razones conmigo misma (total, lo que no me hubiese leido en dos, cuatro meses, no lo iba a hacer ya) y metí en bolsas todo ese material, sin más, en la última limpieza de periódicos y similares, hace unos días…

De todos modos, creo que mi salón/comedor no entrará «en luz» (esto es, estará colocadito, como estuvo un día) en la vida. Empiezo por una estantería y ahí se queda el tema: en esa estantería limpia y ordenada. Pero al día siguiente no hago nada. Al tercero, tiene polvo. Ordeno la mesa, y ni se nota: todo lo demás está patas arriba. Hoy, al quitar las cortinas, se ha llenado todo de polvo (incluida yo, que me ha dado un breve ataque de asma: no recordé que la última vez me pasó igual y que juré ponerme un pañuelo en la nariz/boca en plan mascarilla), por lo que ahora mismo, sí, tengo unas preciosas y limpísimas cortinas verde pistacho filtrándome la luz… y polvo por todas partes. Incluido algo de ropa que tenía limpia y pendiente de algún repasito de aguja e hilo, ó de plancha… que voy a tener que lavar nuevamente…

Además, tengo la extraña facultad de elegir días así, «fresquitos», cuando tengo que planchar cosas de éstas que no pueden ser guardadas/colocadas sin plancha. Las puñeteras cortinas, (capricho carísimo que tardé casi 3 años en tener. Dos años, casi, estuve viviendo sin cortinas en el comedor. Menos mal que mi terraza siempre fue espectacular… y que me consta que no se me vé desde los edificios de enfrente) pues no se pueden poner sin planchar. Seda, lino y algodón. Muy bonitas, eso sí, y con mucho éxito de crítica y público (los mismos que cuando me preguntaban que porqué no ponía unas cortinas de una vez y yo les explicaba que las quería verde pistacho… me miraban con cara de «ésta está loca del todo», y más considerando el azul de las paredes… pues eso, que me felicitaban entusiasmados tras ver el resultado), pero…

Que las tengo que planchar por fuerza. Que las lavo en verano. Que hay que ver lo que es el mes de julio en Madrid…
http://media.imeem.com/m/D2AWz9qIo_
En fin: que he pasado mucho calor planchando las cortinas. Pero que me han quedado muy monas… y ya no tengo que volver a plancharla hasta dentro de (mínimo) un año.

Ya que no he hecho otra cosa hoy, nos lo tomaremos así. Que algunos días son aún más «vacíos» y las cortinas, al fin y al cabo, son de lo más vistoso…

Planes de intendencia para un inesperado festivo

Anoche no hubo modo de terminar de responder comentarios y ponerme un tanto al día en mi blog (y en algunos que tengo abandonaditos, ellos saben…).

No sólo por la lentitid del pc, y el calor sofocante que casi me quitaba las fuerzas. Sino porque, tras redactar un comentario/respuesta, se me bloqueó todo. Como el hambre agudiza el ingenio, y cuando se tienen ganas de escribir/comunicarse se termina por enredar (al menos yo), he «descubierto» un modo de reiniciar sesión sin tener que cerrar la que tengo abierta (que, encima, cuando está todo bloqueado… pues no se cierra, claro). Re-arranco el asunto desde la «pajarita» verde (el pilotito del adsl, creo que es), hasta que vuelve a funcionar. Bueno, a lo que iba. Con el comentario/respuesta redactado y todo bloqueado ahí, re-arranqué. Y, bien, empezó a funcionar… pero en vez de publicar el comentario, me trasladé a la página principal de lacoctelera. Ignoro cómo.

Hale, vuelta atrás y vuelta a redactar comentario. Y, cuando le doy a «enviar»…. se cerró sola la sesión. Vamos, que debe ser que el ordenador decidió que ya estaba bien, que ya era hora de dejarle descansar… y, con el escritorio como pantalla, casi que decidí estar de acuerdo con él (qué remedio. Seguro que iba a iniciar otra vez todo el proceso de abrir sesión en internet/entrar en lacoctelera a través del enlace en «favoritos»/loggearme/redactar algo…., para que, lo mismo, diese igual…).

Además, estaba físicamente muy cansada. Me dolían los huesos (horror… sólo me falta eso. Que la edad avance sobre mí cuerpo, antes serrano). Al entrar a oscuras a la habitación que tengo como despacho, me dí un golpe horroroso en el brazo izquierdo con el picaporte de la puerta (debe ser que como tengo abierta la ventana para que entre algo de aire fresco, ó… aire, al fin y al cabo, pues la puerta se entornó un tanto. Ó alguno de los diplomas que tengo almacenados, enmaracados ellos, tras la referida puerta, se tumbó un poco sobre ésta…, el caso es que calculé mal las distancias).Así que en breve tendré tremendo hematoma en el brazo (bueno, a juego con las marcas del bicho que me picó hace una semana, en el otro brazo). Y no sé si por eso ó porqué, pero me dolía la mano izquierda. Lo que no tendría mayor importancia… de no ser que soy una mecanógrafa bastante rápida… pero que de la mano derecha sólo emplea el índice y de la izquierda el resto de los dedos (creo que a veces también el índice… sí, para el grupo inferior de teclas y el espaciador, ahora que me fijo). Vamos, que si le pasa algo a mi izquierda… como que iba a tener complicado esto de seguir escribiendo…

Y creo que queda claro que mi vida sigue pelín aburrida…

http://media.imeem.com/m/4H1_8fzNTN
Como hoy es festivo en Madrid (asunto del que me enteré, de casualidad, anteayer a mediodía. Es lo que tiene esto del desempleo: termina por dar igual si es laborable ó no), a ver si aprovecho y me pongo al día, siquiera en asuntos de internet. Claro que también tengo pendientes algunas tareas domésticas (he descolgado hace un rato las cortinas pistacho del comedor, y ahí están, dentro de la lavadora, esperando agua y jabón. Y luego hay que plancharlas, que son de mezcla seda/lino/algodón, y hacer equilibrios en la escalera de aluminio por el poco hueco que me deja el sofá que no utilizo, para ir enganchando las pincitas con las que la cuelgo de la barreta… No sé cómo a veces me preguntaré porqué no las lavo más a menudo… debe ser que olvido la odisea que es todo el proceso…).

Ah: la canción elegida es que, además de que me gusta… siempre tuvo la facultad de que, si la tarareo… llueve. Ya: no tiene rigor cientifico alguno eso que cuento. Pero… yo que sé. Igual es que cuando se tienen muchas ganas de algo, una se agarra a lo que sea «a ver sí…». Y es que tengo unas ganitas de que llueva algo, a ver si refresca…Lo que pasa es que hacerle los coros a la gran Martirio seguro que es delito… Con mi vocecita, me refiero.

En fin. Lo dicho: a ver si me voy poniendo las pilas… que ya está bien. Lo que pasa es que con esta calor… qué poquitas ganas.

Cansancio de veinticuatro de julio

Como he dicho ya alguna vez, últimamente y a ratos tengo una extraña identificación con el pc.

Hoy. él está lentísimo. Me ha costado dios y ayuda algo tan básico y tan rápido como consultar el correo, borrar el spam, comprobar el googleanalytics (que intuyo va a su aire: no me registra todas las visitas. Aunque tampoco me preocupa, la verdad, que lo tengo por curiosidad) y entrar aquí. Así que, ante la posibilidad de que se junten la lentitud de mi ordenador con los posibles y recurrentes problemas cocteleros… estoy redactando esto en «bloc de notas». Luego lo copio… y punto.

Decía que hay días y momentos en que me siento muy identificada. El ordenador, como digo, está hoy muy lento de reflejos. Bien: yo estoy igual. Cansada. Encima, cuando por fin he abierto los ojos con intención de levantarme (las anteriores veces fue antes de las ocho, antes de las nueve… horarios normales salvo cuando no hace falta madrugar… porque tampoco hay nada importante que hacer que obligue a ello) pues eran las once. Una hora totalmente demencial, indecente casi para seguir acostada una persona normal, sana, en edad de trabajar…
Asi que estoy cansada. Muy cansada.

Anoche tuve uno de esos momentos de «arrebato» en que casi decido que se acabó, que cierro el blog (lo dejaría descansar, claro, no lo eliminaría). Pero… Luego, se me pasa. Y aquí sigo.
Es una sensación/situación rara: por un lado, estoy cansada. Estoy cansada hasta de escribir, con la sensación de no tener ya nada que contar. Pero, por otro… me apetece escribir.
No sé. Es raro de explicar (ó a mí me faltan las palabras. Que también). Pero es como se tiene hambre, y además es la hora de comer… pero no apetece nada. Se abre el frigorífico y, aunque haya cosas que sí, que gustan… no es nada de eso lo que apetece. Y, peor, se piensa qué sería, porque se puede bajar al híper que no cierra a mediodía y comprarlo… y, tampoco. Tampoco sabemos qué…

Pues eso, exactamente. Que, por cierto, también me está pasando con la comida estos días atrás…

Debe ser el calor. Que ayer por aquí fue insoportable.
http://media.imeem.com/m/ESeyOZoR5q
Hoy parece que ha refrescado un poquito (quizá por eso mi «quedarme en la cama» hasta tan tarde… Bueno, también porque sé que tenía un sueño agradable al que había llegado desde otro angustioso… pero cuyos argumentos no tengo nada claros). Corre un poquito de aire, sí. Pero seguro que dentro de un par de horas el aire es totalmente africano. Del desierto (que aunque a los madrileños África nos pille lejísiimos y con cadenas montañosas de por medio… cuando tras épocas de sequía al fin llueve, nos caen goterones que dejan manchas de arena finísima y rojiza, al secarse el agua. Y a ratos sopla un viento total y completamente africano).
Cosas de la globalización, supongo.

Ayer por la mañana llené tres bolsas de ropa para reciclar. Mucha de ella, totalmente nueva (vamos , que llegué a quitar alguna etiqueta. Qué vergüenza. Qué despilfarro). Como ya tenía otra bolsa desde hace unas semanas (no saco tiempo para bajarlas) ahora tengo cuatro. En plan masoca, ó porque el calor definitivamente me trastorna, cogí dos a las tres y pico de la tarde y me fuí con intención de dejarlas en el correspondiente contenedor. Mi lógica era que, como éste está dentro del patio de una guardería municipal (que me consta está abierta en julio, no sé bien para qué), mejor iba a esas horas, que seguro a las cinco cerrarían…
Así que tras cruzar los… ¿doscientos metros?, sí, más ó menos, bajo un sol de justicia y con la luz cegadora reflejándose en chapas de coche, parabrisas, escaparates, aluminio de ventanas…, por descontado, me la encontré cerrada (la verja, con cadenas y todo). Así que, hale, de vuelta con las bolsas… Que pesaban, lo admito. En el recibidor las tengo. Y ahí van a seguir al menos hasta el lunes… que mañana es festivo.

Ya digo: para una vez que me decido a hacer algo práctico…

Y como, evidentemente, cuando me pongo a contar temas tan fútiles y tan domésticos es que no tengo nada que contar… casi lo dejo ya y aquí.

Que todo lo demás que pudiera relatar sería para seguir llenando líneas… simplemente. Y ya estoy yo bastante aburrida como para aburrir a nadie más.

Un botón de nácar perdido. El tacto de su piel. Y tantos aniversarios…

Durante años, he llevado un botón de nácar en el monedero. Pequeño, del tamaño de una peseta antigua de aluminio, de una moneda de un céntimo de euro. Blanco. Se cayó de su sitio, mi vestido de aire ibicenco, tal día como hoy hace doce años. Lo guardé en el bolso, esa noche, y al día siguiente repuse en su lugar el que el vestido llevaba «de más», cosido en la etiqueta. No fue algo premeditado: quizá cuando ví la falta del botón, ni siquiera reparé en buscarlo dentro del bolso…

Aquella noche era la consecuencia de algo inesperado que pasó, contra todo pronóstico, doce días antes. Algo que fue consecuencia de aquella llamada que hice un quince de mayo en que me encontré sola y sin nadie más a quien llamar, en la oficina…. Ese fue el primer «factor irregular» de toda aquella cadena. El segundo fue el mensaje que terminé dejando en su contestador: el municipio donde trabajaba era festivo ese día, y yo no lo sabía. Y fue irregular que me devolviera la llamada días después y que me encontrase excepcionalmente sola esa tarde, y lo que en otro caso habría sido una cortés y educada conversación profesional de apenas dos minutos fue más ó casi una hora hablando. Tras tantos meses de apenas algún saludo cortés en encuentros inevitables. De evitar el encuentro. De, quizá, también buscarlo alguna vez… y no coincidir con el deseo del otro. Una larga conversación que terminó con un cortés «a ver si un día nos vemos y nos tomamos un café» por mi parte… que él transformó rápidamente en un comienzo de futura cita… Y que desembocó en aquella última llamada mía un miércoles de julio, tras docenas de llamadas suyas en que no pude atenderle, en que colgué fingiendo que se había equivocado, en frases que no venían al caso en la relación que manteníamos. Pero esa última llamada mía viró en su pregunta «¿a qué hora coges el autobús a mediodía?» y se transformó en su coche esperándome en la parada…

Nos bastaron apenas quince minutos de conversación trivial. La única conversación que podían mantener dos personas que desde hacía más de dos años y medio, y más allá de la charla de aquella tarde de mediados de mayo, no habían intercambiado más palabras que tres ó cuatro saludos de cortesía en algún encuentro casual e inevitable de unos segundos. Nos bastaron quince minutos, y el cruce de nuestras miradas. Y, de pronto, su petición de «¿no me vas a dar un beso?» dió la vuelta a la historia, porque sí me acerqué a besarle.

Y mi vida casi encauzada se puso del revés.

Nos bastaron quince minutos para volver a estar juntos. Más de tres años después de la última vez. Algunos lo llaman «hacer el amor». Entre nosotros…, en fin, creo que si hubo amor no fue en ese encuentro. En algo que pudo ser un encuentro trivial y sin más consecuencias… ó transformarse en el principio de la segunda parte de nuestra relación.
Fue eso último.

Ese lunes, veintidós de julio, creo que fuí yo quien le llamó. Y me respondió. Y tal vez fue él quien fijó la cita para esa noche: pasaría a recogerme a la salida de mi trabajo.

No hacía falta planificar nada más. Los dos sabiámos que el «quedamos para tomar algo» quería decir otra cosa…

Creo que el botón de nácar se soltó al desabrocharme él el vestido, tras muchos besos y antes de muchos más. Creo que estrené el vestido, uno de tipo ibicenco que llevaba toda la vida soñando con tener, esa tarde/noche y para él. Un vestido blanco, yo, que tanto vestí siempre de negro. Recuerdo esa tarde tan, tan calurosa, que pasé haciendo gestiones en la calle. Recuerdo que busqué el modo de, por una vez, salir a mi hora: las nueve. E inventar algo para ir a coger el autobús, y desviarme a la calle donde él me esperaba con el coche…

Creo que fue la primera vez en que su indumentaria, siempre tan clásico, cambió la camisa eternamente blanca, variando si acaso en un ténue color pastel, por una estampada en tonos inconcretos. No sé porqué recuerdo eso. Quizá porque también yo desabroché los botones de su camisa esa noche y porque él me pidió que lo hiciera.

Aquella noche, habían pasado doce días desde aquel encuentro en que supe que seguía existiendo entre nosotros algo más, algo que yo daba por finalizado hacía años y que sus labios y sus manos y el resto de su cuerpo me demostró que no, que seguía muy vivo. Aquella noche era la primera vez, doce días después, y más de tres años, también, para qué negarlo, después. Tres años desde que decidí que se había terminado, aunque la relación laboral aún duró casi medio año.

Hoy, han pasado también doce, pero doce años, de aquella noche. De una noche que quizá él no recuerde, ó finja no recordar. Pero sí sé que nunca olvidará algo: mi respuesta a una pregunta. Porque, según él, había sido la respuesta más rara que le habían dado nunca.
Para mí, era la única posible.

No voy a describir lo que pudiera considerarse una noche de amor, y que simplemente fueron dos, casi tres, horas de sexo. En realidad, entre nosotros no hubo amor, ni entonces, ni nunca. Aunque también esa noche fuese la primera en que me dijera «Te quiero«.

La primera y creo que la única. Pero que no tomo en consideración, porque en algunas circunstancias las palabras carecen de sentido real y de cualquier significado.

Qué rara habría sido antes nuestra relación. Aquel más de año y medio «personal» en una relación laboral de poco más de dos. Qué rara había sido, que aquella noche de hace doce años me sorprendió que tras todo, me acercase con el coche a casa…

Que raro fue todo. Que empeño mío, a veces, de verlo todo normal… De ocultar aquello que, de conocerse, sólo le habría perjudicado a él, y de ver normal lo que no lo era. Nunca lo fue.

Aquella noche, como digo, habían pasado doce días de nuestro rápido e inesperado reencuentro físico y sexual.
Hoy, han pasado doce años de aquella noche.

Aquella noche, yo me negué a imaginar un futuro. No quise pensar si aquello se repetiría. Si sería la primera vez de muchas otras ó si no era sino un«punto y aparte» más. Algo surgido de una serie de factores casi casuales y circunstanciales: su familia de vacaciones en el pueblo, el calor, mi predisposición inesperada, el mayor tiempo libre, una atracción física que igual no se repetía más. Un nuevo episodio en lo que él una vez definió como «una simple aventura. ¿O creias que eras algo más para mí?» Cuando me dijo eso, él no lo sabía… pero yo decidí que la «simple aventura» acababa de terminar. Y cumplí mi promesa. Y pasaron más de tres años.

Hasta ese mes de julio. Casi, hasta esa noche.
Me negué a imaginar un futuro.

Antes de dejarme en casa, volvió a ser él. La persona que yo había conocido y que, creí, se había quedado olvidada en algún recoveco de esos más de tres años sin contacto físico. Pero regresó. Y me dió esas recomendaciones tan suyas…, eso de «ya sabes que mañana, por ejemplo, no nos podremos volver a ver. Y es mejor que no me llames».
Qué vanidoso era a veces. Creyendo que yo querría llamarle y verle.

Qué acostumbrada estaba yo, tras la primera parte de nuestra relación, a obedecer ordenes y encontrar normal lo que no era.
Y qué poco podía imaginar cómo sería el futuro…

Esa noche, me preguntó, en una pausa entre besos y caricias y todo eso que compone y conlleva el sexo, qué era lo que más me gustaba de él. No podía responderle otra cosa:«tu piel«. A él le sorprendió: quizá muchos años de amantes hablándole de sus ojos, de sus pestañas, del hoyuelo de su barbilla. Incluso de eso que a los hombres les gusta tanto que sus amantes les alaben… Pero yo no podía darle otra respuesta.

Reconocería su piel, sólo por el tacto, a ciegas y entre un millón. Entonces y hoy. Y creo que siempre. Como las propias huellas dactilares, le llevo en la yema, en el tacto de mis dedos.

Aquella noche no podía imaginarlo. Pero acababa de empezar la cuenta atrás.
Una cuenta de siete años y siete días. Los que faltaban para el veintinueve de julio de dos mil tres. El mes siete del año, de nuevo. Y hasta hace apenas unos días no he reparado en tantos detalles. En tantos recuerdos que me devuelven al mes de julio.

Siete años y siete días después de aquella noche y aquel botón caido. Veintinueve de julio de dos mil tres.

La última vez que le ví. Que nos vimos. En el mismo coche en que aquella noche de hace doce años me dijo, por primera y única vez, que me quería. Aunque fuese, ya sé, mentira.
En el mismo en que me dijo, hace casi cinco, que volvería unos días, semanas, acaso meses después, a verme. Y yo supe de inmediato que era también mentira. Pero esa vez quise creerle.
Qué tontería.

Han pasado doce años. Y dentro de siete días, habrán pasado cinco.
Hace doce años, yo no podría haber imaginado que tenía por delante sólo siete años y siete días para poder considerar que aquello era una relación porque era compartida. Que me quedaba sólo ese tiempo. Y que no sabría aprovecharlo. Pero hoy, a falta de apenas una semana para esa media década de ausencia, ya sí he asimilado que fue la última vez. Y que será para siempre.

No sé dónde está, hoy, ese botón blanco de nácar que se me desprendió esa noche del vestido. Pero tampoco me importa: tengo los otros, todos los demás. Conservo el vestido.
Como conservaré y relataré los recuerdos buenos, y conservaré y callaré los malos. Quizá a mi pesar.
Como conservaré, como algo inevitable, como esas cicatrices que nos acompañarán toda la vida, el recuerdo de su piel en mis dedos. Las cosas inevitables, simplemente, son eso. Sin más.
Igual un día el botón perdido reaparece. Y lo guardaré entonces en el monedero. Pero no lo buscaré si sigue perdido. Tengo otros. Tengo el vestido completo.

Y, aunque la última vez que me lo puse fue también la penúltima vez que nos vimos, esa tarde en que me confirmó que sí, que se iba y era para siempre, igual un día vuelvo a ponérmelo. Quién sabe cuando. Quién sabe para quién.
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Supongo que sobra decir de quién he estado hablando.
Tengo su recuerdo y tengo tantos años por delante. Sin él. Pero conmigo misma. Por fin.
Y, quizá, a pesar de él mismo. Aunque eso ya nunca lo sabré porque nunca me lo dirá.

Y creo que ya, definitivamente, no me importa.

Calor sofocante. Y mis musas…missing

Hoy me tocaba un post de ésos míos en que recuerdo y relaciono fechas.

Un post que debía haber preparado con tiempo… porque, a veces, escribir no me cuesta nada en absoluto… pero otras veces, sobre todo cuando tengo claro de qué quiero hablar…, no sé, es como si las palabras me huyesen. Igual me huyen de veras, compinchadas con esa parte de mi subconsciente que no quiere dejarme hablar de según qué…

Aparte, como en el post que escribí hace días y en el que contaba cómo las musas parecen huir de mí en cuanto ven el pc… fue el otro día y sin nada donde tomar notas cuando me dí cuenta de las fechas, de algunas distancias y algunas similitudes. Y, claro, lo que el otro día me pareció una buena idea para redactar un post con «sustancia»… hoy me lo sigue pareciendo. Pero no creo que encuentre las palabras justas.

Hace demasiado calor. Demasiado.

http://media.imeem.com/m/ZyrgtqxkYu
Por eso, de momento actualizo con una canción que me encanta, de esas que cuentan una historia, y en ella unas cosas que deberían ser consideradas «principios vitales de comportamiento» y una de mis fotos.

Y ya veré si las musas regresan de la piscina… y me susurran las mismas palabras que estoy segura me soplaron el otro día.

Por tanto, igual esta noche, más.