Basura mental. Mes de mayo.

Hace mucho que no escribo.
La verdad es que no era consciente de que hubiese pasado más de un mes desde el último post. Quizá  tengo un tanto perdido el sentido del tiempo. O igual tampoco es exactamente así. No sé.

Los días pasan uno tras otro sin aportar ninguna novedad a mi vida. Nunca, jamás, había tenido un presente tan monótono. Y tan pocas perspectivas de cambio. Y tan nulos planes de futuro.

No hago nada de provecho. Trabajo, trabajo, trabajo. Sin otra compensación que un sueldo de absoluta supervivencia, de ésos que no te permiten ningún extra reseñable. Trabajo más horas de las obligadas por contrato. Cada día me digo ‘mañana voy a trabajar, exclusivamente, las siete horas justas que debo’, pero…, de nuevo cada día me digo ‘mañana sí que sí: mañana no trabajo ni un solo minuto de más’. Y al final no es así. También me digo que será mañana cuando prepare algo sensato para comer y llevar al trabajo, pero lo único que hago es volver a planificar ese cambio…para empezar mañana.

Estoy tremendamente cansada.
Duermo fatal. Tengo pesadillas. No los recuerdo al despertar, pero sé que  mis sueños son pesadillas. Me levanto cansada. Arrastro el cansancio todo el día, llego agotada a la noche. Si me tumbo en el sofá y me empieza a entrar sueño, no hago esfuerzo para trasladarme a la cama sino que me dejo llevar. Y me duermo a veces una hora, a veces tres. Me dejo llevar sin trasladarme a la cama porque sé que igual esas horas van a ser lo único que duerma de un tirón esa noche. Porque, a veces, cuando por fin me meto en la cama ya no vuelvo a coger el sueño. Y cuando suena el despertador a las siete ya llevo un rato despierta. De hecho, ni siquiera lo dejo sonar. Pero tampoco salto de la cama. Remoloneo, me digo lo de ‘cinco minutos más’, aun sabiendo que luego todo serán prisas.  
Y es que no quiero ir al trabajo. Simplemente es eso. No quiero ir. 

El jueves, anteayer, debí cerrar los ojos sobre la una de la madrugada. Televisión encendida, pero volumen muy bajo. Arrebujada bajo una manta en el sofá.
Cuando volví a abrirlos ya había amanecido. 
Me trasladé a la cama. Los viernes teletrabajo y hasta las nueve no tengo que levantarme, así que imagino que me adormilé esa hora y media, dos horas. 
Algunas noches me quedo dormida y me traslado a la cama sobre las tres, alguna noche más tarde. Pero creo que nunca me había despertado en el sofá siendo ya de día.
El viernes volvió a pasarme. Y casi creo que realmente era consciente de ello cuando me arropé con la manta y me hice un ovillo, televisión encendida…

No estoy bien y lo sé. Y ni siquiera estoy segura de que se trate de algo físico.

No tengo vida social. Ni real ni virtual. Mi presencia en redes sociales es prácticamente inexistente. No sé si sigo teniendo ‘amigos’ en facebook porque apenas entro, apenas publico, no entro en el perfil de nadie. En realidad mantengo abierta la cuenta porque co-administro un grupo de carácter cultural: de no ser así, ya la habría cerrado. El whatsapp es una herramienta de trabajo: si alguien me escribe puede ser o no que responda. Lo mismo pasa con otras vías de mensajería. Y ni siquiera es porque no quiera tratar con alguien en concreto: simplemente los días pasan…

Hace unos días sufrí un ataque de pánico en uno de los sitios donde más segura me suelo sentir habitualmente (una enorme estación de tren). Lo controlé, pero derivó en ataque de ansiedad cuando llegué a mi casa. Al día siguiente, tras terminar la jornada laboral, ir a hacer la compra semanal y, en cierto modo, dar por finalizadas las obligaciones…me eché a llorar y estuve quizá más de dos horas sin poder parar. 

No sé. Las cosas no están bien. 
Yo no estoy bien.

Sé que escribir siempre me sirvió positivamente. Quizá debo obligarme a hacerlo, a volver a a escribir cada día un ratito. 
Terapia para sacar la basura mental.