Octubre de verano. Sin ventanas.

Es complicado sacar tiempo…o más bien, ganas, de escribir cuando se tienen tantas cosas en la cabeza que lo único que se quiere es desconectar de todo.

Cuando, además, octubre parece agosto con sus más de 30ºC de temperatura día tras día y sin que tenga visos de que llegue el otoño. Cuando hace tantos meses que no llueve (más allá de dos puntuales tormentas) que casi ni recuerdo cómo era…y tampoco tiene visos de que vaya a llover.
Y no es simple queja de ascensor, hablar del tiempo por hablar de algo. Este tiempo me tiene enferma. Me cuesta respirar (y no, no es un modo de hablar. Y quien no pasa por ello de manera periódica no sabrá nunca de qué hablo. No podrá imaginarse qué es). Me duelen los pulmones al respirar.  Y la espalda. Me duele terriblemente la espalda simplemente por el esfuerzo de respirar. También, a ratos, me duele mucho el estómago (no sé si por un virus que, dicen, anda suelto…o si es también otro efecto de la falta de aire, del exceso de aire sucio, muy sucio. Efecto de estar intoxicada).

Me duele vivir.

Y tener la cabeza llena de cosas, de ideas, de sensaciones, a veces hasta de ganas… y estar tan cansada que sólo me apetezca llegar a casa y tumbarme y quedarme dormida…y que las ideas sigan ahí…, no, no es bueno. No puede ser bueno.

Cada día se me hace más difícil levantarme e ir al trabajo. No por el trabajo en sí. Ni siquiera por el eterno trayecto de más de hora y media, con sus largos transbordos, con sus esperas, con sus andenes abarrotados. Es porque trabajo en un polvorín. El ambiente ha degenerado tanto, a tanta velocidad…, que estar allí también me hace faltar el aire.
Y lo peor es darme cuenta de que quienes deberían contribuir a crear buen ambiente, a hacer eso que llaman ‘equipo’, precisamente son quienes más leña y más cerillas compran y ponen  a disposición de quienes quieran usarlas.

Lo último ha sido la contratación de una yonki. Tal cual.
Sé que no soy políticamente correcta diciendo esto. Y no pretendo serlo, francamente. Para quien se ha criado en la zona sur de Madrid en los setenta, primeros ochenta, los yonkis no son enfermos (aunque eso suene tan bien). Los yonkis son basura.
Y aunque me he esforzado, y la he ayudado a ‘aprender’ (no es cierto que no sepa hacer algunas cosas, es que le resulta más cómodo que se las haga otro), y he hecho parte de su trabajo para ayudarle a avanzar (y porque el trabajo atrasado de un compañero atrasa el trabajo en general)… hace unos días dije que ‘hasta aquí’. Mi límite es que se falte al respeto a mi trabajo. Que alguien que no piensa trabajar se permita el lujo de faltar al respeto a los clientes de la empresa, que son los que le dan de comer.
Que alguien que presume de no necesitar trabajar porque la mantiene muy bien su marido, que si viene es porque se aburre si pasa muchas horas en casa viendo ‘el salvamé’, que vive a base de tomar pastillas y más pastillas y más pastillas…y lo que suponemos que también toma… se pueda permitir el lujo de faltar el respeto a quienes trabajan (o, sea, de sus clientes, también) me ha bastado para decidir que mi empatía no le va a alcanzar más.
Si ella presume de no necesitar trabajar, yo he decidido que no tengo necesidad de trabajar frente a un saco de basura.


Situaciones y sujetos como ésta no contribuyen, precisamente, a mejorar el ambiente.


Y me ha dado cuenta de que la empresa busca eso, que el ambiente esté enrarecido. No sé bien porqué, pero lo buscan.

Estoy muy cansada. De todo.

La semana pasada gastamos una mañana en algo que definieron ‘formación’. Nos la han ido impartiendo a toda la empresa (tres subgrupos en cada uno de los grupos que formamos el todo, para que siempre haya gente trabajando). Una formación rara, una especie de terapia…que en realidad busca mejorar el ambiente (qué ironía).

Una de las pruebas/juegos/terapias era escribir en un papel respuestas a determinadas cuestiones: qué te preocupa, qué te gusta, qué buscas… El juego consistía en que otro compañero te ‘presentase’ a los demás en base a esas respuestas…
¿Qué busco? Ventanas. Ventanas para que entre el aire, para salir, para ver la luz. Ventanas también físicas y reales (estoy cansada de pasar nueve horas al día encerrada bajo la luz de los fluorescentes), pero sobre todo, ventanas metafóricas…
¿Qué me interesa, qué me importa? El mundo real. El mundo que está ahí fuera.
Creo que algunos sí me entendieron.
No quienes deberían haberlo entendido.

La reacción de mi jefa directa (con quien compartí ‘formación’) sólo surgió cuando varias de esas compañeras con las que apenas tienes trato se me acercaron a felicitarme (sé lo que provoco cuando hablo en público, ya no me sorprende) o se pusieron a hablar de mí y mi ‘brillantez’. La reacción de mi jefa fue abrazarse a mí proclamando que yo ‘era suya’.
La tengo mucho cariño, pero empiezo a estar muy harta, mucho, de tanto afán de protagonismo. De tanto atribuirse méritos que no tiene… El detalle del ‘es mía’ me parece una estupidez sin la menor importancia en sí mismo. Pero también me parece un detalle, más, del todo que es su comportamiento.

Y…, y qué más da ya hablar de otras cosas….

Con respecto a esa relación que mantengo y que me empeño en considerar ‘sentimental’…qué más añadir ya.
Ya me es imposible encontrar justificaciones para explicar porqué no nos vemos. Porque hace mes y medio que no le veo.
Simplemente, no tiene ninguna gana de verme.  Así de básico.

Hablamos si yo le llamo por teléfono (y tengo la suerte de que esté cerca del aparato). Le mando un mensaje de buenasnoches casi a diario: no, no es una obligación. No me siento obligada. Pero…, no sé. El pasado miércoles estaba tan terriblemente cansada, tras un par de días de pesadilla, tras una noche en que no conseguí dormir más de media hora seguida, aguantando dolores e intentando respirar…que me quedé dormida en el sofá antes de las nueve de la noche. De agotamiento. Me desperté brevemente antes de las diez y planifiqué (creo que casi entre sueños) cenar algo, ver algo la tele, enviarle el sms de buenasnoches… Volví a quedarme dormida sin hacer nada de eso.
Curiosamente, no haberle escrito era lo único que me preocupaba al día siguiente.

No haber deseado las buenasnoches a alguien a quien no importo en lo más mínimo.

Ya va y vuelve en transporte público. Desde hace más de mes y medio. Le he dicho (varias veces) que podemos quedar cuando lo prefiera, como hicimos durante meses tiempo atrás. Que le espero donde mejor le venga, que le acompaño un ratito hasta donde prefiera (no voy a provocar que le puedan ver a mi lado. Mejor dicho, que alguien pueda ver que algo como yo está con él y puedan pensar que tiene tan mal gusto. El mal gusto que todos sabemos que no tiene). Evidentemente, no quiere. No me lo ha dicho así de claro…, pero ya no hace falta.

No voy a insistirle más.
No tiene la menor intención de verme y ya está.

Y no quiero recordar que hasta para que me toque si estamos solos tenga que darle tres cervezas, evidencias así de claras. Que nuestra relación, ésa que hace mucho que sólo existe para mí (porque aún quiero creer que en algún momento, aunque fuese un momento mínimo, también fue y fui algo en su vida) es eso. No me llama, no quiere verme. No le importo en lo más mínimo.

Y yo sigo queriéndole.
Y hoy no quiero seguir hablando sobre esto.

Mañana empieza otra semana. De verano en octubre, sin lluvia, sin cambios. Sin esperanzas. Sin ventana